La imagen que tenemos de los dinosaurios se ha obtenido,
sobre todo, de sus huesos fosilizados. Pero al morir, su materia orgánica se
pudrió, lo que pudo distorsionar su forma original. Para completar su aspecto,
algunos paleontólogos experimentan con cadáveres de animales para reconstruir
el macabro proceso de la descomposición.
Reconstrucción artística de un zombi de Tyrannosaurus rex.
Las partes que faltan
son el resultado de la degradación de su cuerpo después
de la muerte del animal.
/ Herschel Hoffmeyer
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Los zombis de Walking Dead y los Caminantes Blancos de Juego
de Tronos tienen algo en común: sus cuerpos muertos están en proceso de
descomposición, algunas partes faltan o están despellejadas, y otras están
deformadas. Con esta tétrica imagen algunos paleontólogos se lanzan a la
reconstrucción de fósiles de dinosaurios.
Aunque ya no queden más que sus huesos, esas criaturas que
habitaron la Tierra hace millones de años tuvieron en su momento más músculos y
grasa que los muertos vivientes de la noche de Halloween. Pero, tras la muerte
del animal, la materia orgánica es la primera en desaparecer y el cuerpo queda
incompleto en el momento de fosilizarse.
“El truco es reconocer las características parcialmente descompuestas, donde las partes del cuerpo se pudrieron por completo”, recalca Purnell
Este proceso podría distorsionar la forma original de
dinosaurios y otros seres en el momento de reconstruirlos. Entonces, ¿fueron
como realmente creemos?
“Tan pronto como un organismo muere, comienza a
descomponerse y este proceso de descomposición inevitablemente implica cambios
en la apariencia de las características o partes del cuerpo: pueden colapsar,
alterar su forma o posición; muy pronto se licúan y son devorados por bacterias
hasta que no queda nada”, explica la profesora Sarah Gabbott de la Escuela de
Geografía, Geología y Medio Ambiente de la Universidad de Leicester (Reino
Unido).
En un estudio, publicado en la revista Paleontology y
financiada por el Natural Environment Research Council de Reino Unido, un grupo
de científicos británicos ha realizado una serie de experimentos con cadáveres
de animales actuales para tratar de entender cuánto falta de un fósil y qué ha
cambiado por la descomposición y la mineralización.
Para estos paleontólogos, la imagen que se crea de los
animales y sus ecosistemas es más precisa, más completa y, sobre todo, menos
parcial. “Algunas de las características que están presentes no se parecen en
nada a las que tenían cuando el animal estaba vivo y muchos rasgos faltan por
completo. El truco es reconocer las características parcialmente descompuestas,
donde las partes del cuerpo se pudrieron por completo”, recalca Mark Purnell,
autor principal e investigador en la Universidad de Leicester (Reino Unido).
Según estos científicos, la descomposición de animales
muertos, desde el pez payaso y lampreas (criaturas primitivas similares a
anguilas) hasta insectos y varios gusanos, muestra que los experimentos
“cuidadosamente diseñados” proporcionan información única sobre los procesos de
descomposición y fosilización.
Sin embargo, ¿hasta qué punto influyen los tejidos blandos
para conocer la historia de la biodiversidad y la evolución? “Sin los tejidos
esqueléticos no conoceríamos ni a los dinosaurios, ni a los trilobites, ni a
los ammonites, ni el origen de la vida hace 3.500 millones de años, ni a la mayoría
de nuestros antepasados porque la mayoría del registro fósil consiste en eso
solo: esqueletos, conchas, huesos, caparazones, pistas, huellas e icnitas”,
zanja a Sinc Gloria Cuenca Bescós, de la Universidad de Zaragoza.
La ciencia de restos y rastros
Ya a finales del siglo XIX nació la tafonomía, la ciencia
que se ocupa de las “leyes de enterramiento” y que permitiría a los
paleontólogos entender cómo dejaron su rastro los animales y así analizar la
acumulación, modificación y preservación de los restos fósiles.
“La falta de conocimientos anatómicos hace que se
reconstruyan chapuzas muy alejadas de la realidad”, explica la investigadora.
Según ella, son necesarios nuevos métodos y tecnologías de excavación
paleontológica para corregir los errores.
“La falta de conocimientos anatómicos hace que se reconstruyan chapuzas muy alejadas de la realidad”, zanja Cuenca-Bescós
Por eso, antes de aventurarse a reconstruir nada, la primera
pregunta que deben hacerse los científicos es: ¿cómo era el ser vivo cuyo fósil
estudian? “Incluso así se cometen errores –recalca Cuenca-Bescós–, seguramente
muchos más de los que nos gustaría admitir a los paleontólogos”.
Además, no todo lo que aparecía en los yacimientos eran
restos óseos, también aparecían icnitas (huellas de dinosaurios), madrigueras
fosilizadas, cáscaras de huevos, conchas de moluscos o de microorganismos
unicelulares, polen, semillas, insectos y plantas en ámbar, entre muchos otros.
Ante la ausencia de partes blandas, los paleontólogos en
general aplican técnicas y metodologías de anatomía comparada y tafonomía
aplicada en el mismo momento de las excavaciones.
“Cuando conocemos cuáles son las zonas de inserción muscular
podemos saber cómo era el músculo, qué fuerza debía de ejercer y qué palancas
movía. Así no es difícil reconstruir un animal, aunque ya se haya extinguido”,
señala.
Excavación en el yacimiento de Las Zabacheras en Galve
(Teruel),
donde se encontró el Aragosaurus ischiaticus. / Aragosaurus
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El presente también les ayuda a reconstruir el pasado: la
biología de las especies actuales son su modelo. ¿Cómo sabríamos sino a qué
velocidad crecían los dinosaurios? La respuesta es gracias a observaciones con
pollos y cocodrilos, sus parientes actuales más cercanos.
A estas técnicas se unen los análisis de ADN antiguo, de
biomoméculas en sedimentos y en huesos. Solo así se ha logrado saber por
ejemplo que los neandertales podrían tener el pelo rojo, conocer el color de
las plumas de los dinosaurios o el tipo de bacterias que poblaron la tierra
primigenia hace tres mil millones de años.
Los carnívoros y el desorden de los huesos
Pero la reconstrucción de un fósil no se completa hasta
entender cómo y dónde vivieron los animales. Y en este sentido, uno de los
aspectos que más han preocupado a los paleontólogos, dentro de la tafonomía,
son las acumulaciones de los fósiles.
“Explicar la vida en el pasado requiere también saber cómo
dejaron sus huellas los organismos que antaño formaban la biosfera”, asevera la
científica de la Universidad de Zaragoza.
Cuando en los yacimientos aparecen grandes cantidades de
restos amontonados solo existe una explicación: la acción de los homínidos o de
los carnívoros
Cuando en los yacimientos aparecen grandes cantidades de restos de mamíferos amontonados solo existe una explicación: la acción de los homínidos o de los carnívoros. Y así lo ratifican varios estudios.
Es el caso del yacimiento de los Rincones en Zaragoza, donde
se han recuperado 1.443 restos de fragmentos de huesos fósiles sobre todo de
cabras. Se trata de uno de los pocos yacimientos europeos cuya acumulación se
debe a la acción de leopardos y el uso de la cueva como refugio invernal por
los osos pardos.
Los paleontólogos hallaron entre todos estos huesos los
restos de osos pardos y leopardos que confirmaban así su actividad durante el
Pleistoceno superior, hace más de 11.000 años.
Otro estudio reciente, liderado por científicos del Centro
Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), también
corroboraba la acción de los carnívoros en la preservación de los yacimientos.
Los experimentos realizados con zorros en el Parc Natural de l'Alt Pirineu en
Lleida permitieron demostrar que hace miles de años estos pequeños carnívoros
acumularon grandes cantidades de huesos y también los modificaron, pudiendo
producir grandes alteraciones en los yacimientos.
Solo teniendo en cuenta todos estos aspectos los científicos
consiguen al final reconstruir no solo al animal o la planta, sino también todo
su entorno, el ecosistema en el que habitó, cómo se reproducía y hasta cómo
caminaba.
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