Un hueso ennegrecido figura entre los primeros fósiles del
Museo Nacional de Brasil descritos científicamente tras el trágico incendio que
devastó las colecciones el año pasado.
Cuando las llamas arrasaron el palacio que albergaba el
Museo Nacional de Brasil en 2018, dañaron millones de artefactos valiosos,
entre ellos muchos fósiles de valor incalculable. Pero ahora, un hueso de 70
millones de años recuperado entre los escombros aporta a los científicos un
rayo de esperanza.
Junto a un segundo hueso que se encontraba en un edificio
que no resultó afectado por el incendio, este fósil representa la primera
prueba de que los pterosaurios volaron por los cielos de la Antártida conforme
la era de los dinosaurios llegaba a su fin.
«Es fantástico escuchar que al menos una parte de la
colección de pterosaurios se ha salvado y está en condiciones lo bastante
buenas y con registros suficientes como para seguir aportando información a la
ciencia», afirma Mark Witton, experto en pterosaurios de la Universidad de
Portsmouth en Reino Unido que no participó en la investigación.
El fósil rescatado, extraído en la isla Vega en la península
Antártica, pertenecía a un pterosaurio de la familia Azhdarchidae o
Pteranodontia. Pero aunque entonces la Antártida era mucho más cálida y estaba
cubierta de bosques de coníferas exuberantes que aparentemente eran un hábitat
ideal para los pterosaurios, ha costado mucho hallar evidencias de estos
reptiles voladores en el continente meridional. Los huesos de pterosaurio
poseen paredes muy delgadas y están llenos de embolsamientos de aire, rasgos
con los que los reconocen al instante. Sin embargo, también son muy delicados y
es improbable que resistan a la prueba del tiempo en forma de fósiles.
Gracias a los huesos recuperados, los paleontólogos han
podido exponer argumentos convincentes de la presencia de pterosaurios enormes
en la región: se cree que el hueso que sobrevivió al incendio pertenecía a una
criatura con una envergadura de casi cinco metros.
«Hay muchos fósiles importantes y otros artículos
recuperados del palacio, pero el hueso ennegrecido es el primero que se estudia
tras el incendio», cuenta Alexander Kellner, paleontólogo y director del Museo
Nacional, que reveló el hallazgo a finales de la semana pasada en una reunión
de la Sociedad de Paleontología de Vertebrados en Brisbane, Australia.
«Cualquier historia sobre fósiles o especímenes que hayan
sobrevivido es fantástica», comenta Liz Martin-Silverstone, que investiga
pterosaurios en la Universidad de Bristol, Reino Unido. «No contrarresta la
inmensa tristeza y devastación de todo lo que hemos perdido, pero al menos
sabemos que ha sobrevivido algo».
De hielo y fuego
Hasta la fecha, las únicas pruebas de pterosaurios en la
Antártida eran el diminuto hueso de la parte superior del brazo de una criatura
del tamaño de un cuervo descubierto en los años 90. Ese hueso demostró la
presencia de los pterosaurios en las actuales montañas Transantárticas hace
unos 190 millones de años, en el Jurásico Inferior.
Los nuevos descubrimientos figuran entre los cientos de
fósiles extraídos por un equipo brasileño que visitó la península Antártica en
cuatro expediciones entre 2006 y 2019. Kellner explica que esta región del
continente, que sobresale hacia Sudamérica, es la única parte de la Antártida a
la que la armada brasileña puede llevarlos de forma segura. Con todo, la
extracción de fósiles se lleva a cabo en condiciones arduas y muchas veces
resulta infructuosa.
«La Antártida es uno de esos lugares donde el clima cambia
de forma muy abrupta», cuenta Kellner. «Puede hacer un día precioso y en menos
de una hora se convierte en una pesadilla en la que puedes estar confinado
durante una semana o más en la tienda de campaña».
El equipo descubrió los primeros restos de pterosaurio en la
isla James Ross en 2016: desenterraron dos partes de un hueso del ala de un
pterosaurio con una envergadura probable de entre tres y cuatro metros. En 2017
extrajeron el fósil de la isla Vega, que pertenecía a un pterosaurio más grande.
Ambos conjuntos de fósiles se remontan al Cretácico Superior, hace 70 u 80
millones de años.
Tras las expediciones, los fósiles se trasladaron a las
colecciones del Museo Nacional de Río de Janeiro. Por suerte, al menos la mitad
del espécimen de la isla James Ross se encontraba en un laboratorio separado en
2018 y se salvó del fuego, aunque todavía se desconoce la ubicación de la otra
mitad.
«Los hallazgos son importantísimos porque hay poco material
descrito de la Antártida, sobre todo porque está cubierta de hielo y nieve»,
explica Adele Pentland, paleontóloga de la Universidad de Swinburne en
Melbourne que describió recientemente un pterosaurio australiano del Cretácico
Superior.
Un rayo de esperanza
Australia aún estaba conectada a la Antártida por aquel
entonces, como último vestigio del supercontinente meridional de Gondwana.
Witton afirma que estos nuevos fósiles aumentan un registro muy irregular de
ambas regiones, lo que nos ayuda a comprender cuándo y por qué se extinguieron
los pterosaurios.
“No contrarresta la inmensa tristeza y devastación de todo lo que hemos perdido, pero al menos sabemos que ha sobrevivido algo.” POR LIZ MARTIN-SILVERSTONE, UNIVERSIDAD DE BRISTOL
No está claro si los pterosaurios ya estaban disminuyendo en
el Cretácico Superior y el impacto del asteroide de Chicxulub les propinó el
golpe final hace 66 millones de años o si «fueron un grupo sano y de éxito
relativo hasta el final», afirma. Estos nuevos registros de la Antártida
indican que los pterosaurios estaban presentes por todo el planeta hacia
finales del Cretácico, un indicio que respalda la segunda hipótesis.
«Estamos hallando muchas pistas de que la situación de los
pterosaurios era mejor de lo que creíamos hacia la extinción del final del
Mesozoico», explica Witton.
Con la descripción de los últimos hallazgos, los
investigadores esperan obtener financiación para seguir organizando
expediciones a la Antártida y desenterrar más pterosaurios que desarrollen el
capítulo final de su historia.
«Ahora que sabemos que estaban allí, es solo cuestión de
tiempo que aparezcan más especímenes», afirma Kellner.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en
nationalgeographic.com.
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