“¡Esto lo cambiará todo!”, predijo Jaume Bertranpetit,
especialista en biología evolutiva de la Universitat Pompeu Fabra, en una
conversación con La Vanguardia cuando se anunció en 1997 que se había
recuperado ADN de un neandertal por primera vez. Más de dos décadas después,
“las expectativas se han cumplido e incluso se han superado”, señaló ayer
Bertranpetit.
Los análisis de ADN, que en un principio se limitaron a
genes concretos y después se ampliaron a genomas completos, han ofrecido una
nueva perspectiva sobre la historia de la vida. Han revelado secretos
insospechados, a los que ni la paleontología ni la arqueología podían acceder
porque estaban encriptados en el lenguaje molecular del ADN, y han transformado
lo que sabemos sobre la evolución.
Los datos genéticos han revelado una nueva perspectiva de la historia de la vida y de la evolución humana
Han aportado nuevas respuestas a viejas preguntas, como
dónde vivió la población original de la que desciende la humanidad actual. Y
han inspirado nuevas preguntas, que no se hubieran podido abordar sólo a partir
de los fósiles, como cuándo y cómo evolucionó el lenguaje.
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No es que el ADN pueda aportar todas las respuestas en el
estudio de la evolución. Se degrada con el paso del tiempo y, cuanto mayor es
la antigüedad de un fósil, más improbable es que le quede material genético
para estudiar. El ADN más antiguo que se ha recuperado es de caballos de
Siberia de hace 700.000 años, un récord que se explica por las excepcionales
condiciones de frío en que se conservó. En el linaje humano, los restos más
antiguos corresponden a un fósil de hace 430.000 años hallado en la sierra de
Atapuerca, también conservado gracias a las condiciones excepcionales de
temperatura y humedad en el yacimiento de la Sima de los Huesos.
Olvídense por lo tanto de reconstruir algún día un genoma de
dinosaurio como en Parque Jurásico, hace demasiado que se extinguieron (pero
sí que sería posible reconstruir un genoma de mamut, ya que desaparecieron tras
el final de la última glaciación, hace menos de 10.000 años).
Los genomas, por otra parte, no informan todavía sobre el
tamaño, la forma, la dieta o el estilo de vida de los especímenes del pasado.
El estudio del ADN no sustituye al de los fósiles sino que lo complementa,
destaca Tomàs Marquès-Bonet, director del Institut de Biologia Evolutiva
(UPF-CSIC) en Barcelona.
Aun así, el análisis de genomas permite comprender el pasado
remoto, más allá de los cientos de miles de años que se puede conservar el ADN.
Si las ballenas aprendieron a vivir en el océano siendo mamíferos, fue porque
modificaron por lo menos 85 genes, incluidos algunos que regulan el crecimiento
del pelo (que ya no necesitan), la secreción de saliva (tampoco), la regulación
del sueño (para no ahogarse durmiendo) y la coagulación de la sangre (para
evitar trombosis a las altas presiones de las aguas profundas). Si los
elefantes casi nunca tienen cáncer pese a su gran tamaño, es porque adquirieron
copias adicionales del gen TP53, que produce una proteína que protege de los
tumores. Los ciervos, por el contrario, han adquirido mecanismos de resistencia
al cáncer para compensar la rápida proliferación celular que necesitan para
formar una nueva cornamenta cada año. Decididamente, si Darwin viviera hoy,
estudiaría genomas.
En el caso de la evolución humana, la genómica también ha
logrado avances que están fuera del alcance de la paleontología clásica.
Destaca sobre todo el descubrimiento de los denisovanos, una población humana
que vivió en Siberia y que se ha identificado a partir del ADN de una falange
de entre 30.000 y 50.000 años de antigüedad. La paleontología hubiera atribuido
la falange a Homo sapiens o a neandertales, las dos únicas poblaciones humanas
que se pensaba que había en Eurasia en aquella época. La genómica demostró que
no pertenecía a ninguna de las dos.
Igualmente importante ha sido el descubrimiento de que
sapiens, neandertales y denisovanos se cruzaron entre ellos en el pasado. Todas
las personas de origen europeo tienen ADN neandertal en sus genomas, mientras
que las poblaciones asiáticas tienen más ADN denisovano.
Pero la mayor enseñanza de la genómica en el campo de la
evolución es que revela una complejidad hasta ahora insospechada. La vieja
imagen de la evolución de las especies como un árbol con ramas que se bifurcan
y se separan unas de otras está quedando obsoleta. Queda desfasado el propio concepto
de especies como entidades aisladas.
Hoy sabemos que lo que parecía un árbol es en realidad una
red rica en conexiones. Que lo que parecían especies aisladas están íntimamente
relacionadas. Y que los sistemas biológicos –lo que incluye las comunidades
humanas- son más prósperos e interesantes cuando son interdependientes. Porque
la naturaleza prefiere los puentes a los muros.
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