martes, 29 de octubre de 2019

Si Darwin viviera hoy, estudiaría genomas

“¡Esto lo cambiará todo!”, predijo Jaume Bertranpetit, especialista en biología evolutiva de la Universitat Pompeu Fabra, en una conversación con La Vanguardia cuando se anunció en 1997 que se había recuperado ADN de un neandertal por primera vez. Más de dos décadas después, “las expectativas se han cumplido e incluso se han superado”, señaló ayer Bertranpetit.

Los análisis de ADN, que en un principio se limitaron a genes concretos y después se ampliaron a genomas completos, han ofrecido una nueva perspectiva sobre la historia de la vida. Han revelado secretos insospechados, a los que ni la paleontología ni la arqueología podían acceder porque estaban encriptados en el lenguaje molecular del ADN, y han transformado lo que sabemos sobre la evolución. 
Los datos genéticos han revelado una nueva perspectiva de la historia de la vida y de la evolución humana 
Han aportado nuevas respuestas a viejas preguntas, como dónde vivió la población original de la que desciende la humanidad actual. Y han inspirado nuevas preguntas, que no se hubieran podido abordar sólo a partir de los fósiles, como cuándo y cómo evolucionó el lenguaje.

Archivo.
No es que el ADN pueda aportar todas las respuestas en el estudio de la evolución. Se degrada con el paso del tiempo y, cuanto mayor es la antigüedad de un fósil, más improbable es que le quede material genético para estudiar. El ADN más antiguo que se ha recuperado es de caballos de Siberia de hace 700.000 años, un récord que se explica por las excepcionales condiciones de frío en que se conservó. En el linaje humano, los restos más antiguos corresponden a un fósil de hace 430.000 años hallado en la sierra de Atapuerca, también conservado gracias a las condiciones excepcionales de temperatura y humedad en el yacimiento de la Sima de los Huesos.

Olvídense por lo tanto de reconstruir algún día un genoma de dinosaurio como en Parque Jurásico, hace demasiado que se extinguieron (pero sí que sería posible reconstruir un genoma de mamut, ya que desaparecieron tras el final de la última glaciación, hace menos de 10.000 años).

Los genomas, por otra parte, no informan todavía sobre el tamaño, la forma, la dieta o el estilo de vida de los especímenes del pasado. El estudio del ADN no sustituye al de los fósiles sino que lo complementa, destaca Tomàs Marquès-Bonet, director del Institut de Biologia Evolutiva (UPF-CSIC) en Barcelona.

Aun así, el análisis de genomas permite comprender el pasado remoto, más allá de los cientos de miles de años que se puede conservar el ADN. Si las ballenas aprendieron a vivir en el océano siendo mamíferos, fue porque modificaron por lo menos 85 genes, incluidos algunos que regulan el crecimiento del pelo (que ya no necesitan), la secreción de saliva (tampoco), la regulación del sueño (para no ahogarse durmiendo) y la coagulación de la sangre (para evitar trombosis a las altas presiones de las aguas profundas). Si los elefantes casi nunca tienen cáncer pese a su gran tamaño, es porque adquirieron copias adicionales del gen TP53, que produce una proteína que protege de los tumores. Los ciervos, por el contrario, han adquirido mecanismos de resistencia al cáncer para compensar la rápida proliferación celular que necesitan para formar una nueva cornamenta cada año. Decididamente, si Darwin viviera hoy, estudiaría genomas.

En el caso de la evolución humana, la genómica también ha logrado avances que están fuera del alcance de la paleontología clásica. Destaca sobre todo el descubrimiento de los denisovanos, una población humana que vivió en Siberia y que se ha identificado a partir del ADN de una falange de entre 30.000 y 50.000 años de antigüedad. La paleontología hubiera atribuido la falange a Homo sapiens o a neandertales, las dos únicas poblaciones humanas que se pensaba que había en Eurasia en aquella época. La genómica demostró que no pertenecía a ninguna de las dos.

Igualmente importante ha sido el descubrimiento de que sapiens, neandertales y denisovanos se cruzaron entre ellos en el pasado. Todas las personas de origen europeo tienen ADN neandertal en sus genomas, mientras que las poblaciones asiáticas tienen más ADN denisovano.

Pero la mayor enseñanza de la genómica en el campo de la evolución es que revela una complejidad hasta ahora insospechada. La vieja imagen de la evolución de las especies como un árbol con ramas que se bifurcan y se separan unas de otras está quedando obsoleta. Queda desfasado el propio concepto de especies como entidades aisladas.

Hoy sabemos que lo que parecía un árbol es en realidad una red rica en conexiones. Que lo que parecían especies aisladas están íntimamente relacionadas. Y que los sistemas biológicos –lo que incluye las comunidades humanas- son más prósperos e interesantes cuando son interdependientes. Porque la naturaleza prefiere los puentes a los muros.


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