Una expedición conjunta de científicos chilenos y argentinos descubrió restos del esqueleto de un cocodrilo de 148 millones de años en la cordillera patagónica del sur de Chile. El nuevo reptil, bautizado Burkesuchus mallingrandensis, constituye uno de los pocos cocodrilos que habitaban tierra firme junto a los dinosaurios.
Gabriel Lio. |
En concreto, se trata de un reptil, hasta ahora desconocido,
ancestro de los cocodrilos modernos que justamente habitaba en tierra, en la
Patagonia, junto a los dinosaurios.
Tras la expedición fue bautizado como Burkesuchus
mallingrandensis y de acuerdo a la investigación ocupa un lugar clave en la
historia de estos animales si se mira la estructura del cráneo y de sus patas
traseras.
Mapa de Chile señalando lugar de hallazgo de Burkesuchus mallingrandensis. |
¿Cómo era?
Burkesuchus tenía el tamaño de un lagarto y no superaba los
70 centímetros de largo.
Caminaba en cuatro patas, las cuales poseían una postura
intermedia entre aquella vertical de los antepasados de los cocodrilos y la de
los cocodrilos vivientes, que se proyectan más hacia afuera.
Su cuello, lomo y cola estaban cubiertos por una doble
hilera de placas óseas de función protectora, superpuestas de modo similar a un
tejado.
A pesar que sus mandíbulas y dientes no quedaron
preservados, las relaciones de parentesco del Burkesuchus llevan a suponer que
era un depredador de animales pequeños, probablemente invertebrados, que habría
capturado a orillas de las lagunas donde vivía.
El estudio de las relaciones evolutivas de Burkesuchus
revela que esta especie está muy cercana al ancestro común de los cocodrilos
modernos.
“Tuvimos la fortuna de contar con gran parte del cráneo de
este animal. Esta es la parte más importante para estudiar los cocodrilos, pues
nos muestra muchos rasgos que nos ayudan a saber si se trataba o no de una
nueva especie, y con qué otros cocodrilos está relacionada”, detalló el doctor
Federico Agnolín, descubridor del animal.
La estructura del cráneo reveló que el Burkesuchus, al igual
que sus parientes actuales, poseía una solapa carnosa que al cerrase protegía
al oído cuando el animal se sumergía en el agua.
El árbol evolutivo, el pequeño Burkesuchus se encuentra
ubicado muy cercano al antepasado común de los Neosuchia (“nuevos cocodrilos”),
es decir los cocodrilos que viven hoy en día.
“Burkesuchus nos habla de los orígenes de los cocodrilos
modernos y cómo, ya hace 150 millones de años, comenzaron a modificar su
anatomía, adoptando un modo de vida anfibio”, concluyó el especialista.
Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”. |
En ese contexto, el Burkesuchus formaba parte de una fauna
de reptiles que incluía, además del Chilesaurus de tres metros de largo, a
grandes dinosaurios de cuello largo, parientes del Diplodocus y de los enormes
titanosaurios herbívoros.
Su historia
Los cocodrilos aparecieron a comienzos del período Jurásico, casi a la par que los primeros dinosaurios.
En pocos millones de años invadieron el medio marino
convirtiéndose en grandes depredadores de peces y de otras criaturas acuáticas.
Los mares cálidos y poco profundos del Jurásico sirvieron a
estos animales acuáticos como vías de dispersión, distribuyéndose por el
planeta.
América del Sur es famosa por la riqueza en restos de
cocodrilos marinos de gran tamaño, documentados por cráneos y esqueletos
articulados y muy completos, los cuales han sido excavados en rocas jurásicas
al pie de los Andes, tanto en Chile como en Argentina.
“Sin embargo, es todavía escaso el conocimiento del que
disponemos a nivel mundial sobre aquellos cocodrilos que correteaban entre las
patas de los dinosaurios”, dijo a través de un comunicado el doctor Fernando
Novas, investigador de Conicet y jefe del Laboratorio de Anatomía Comparada y
Evolución de los Vertebrados (LACEV) del Museo Argentino de Ciencias Naturales
“Bernardino Rivadavia”.
Fernando Novas sosteniendo cráneo de Burkesuchus. |
“Nada conocíamos en Sudamérica de esos diminutos cocodrilos
habitantes de charcos y lagunas, hasta que dimos con los restos del
Burkesuchus”, precisó el académico.
Aysén, un “Jurassic Park”
Desde años que la región de Aysén ha sido el foco de
investigaciones de este tipo y también lugar de hallazgos de importancia.
Y justamente para fomentar aquello es que actualmente se
está desarrollando un fondo de innovación para la competitividad (FIC).
En concreto, “puesta en valor de la geología y conocimiento
de dinosaurios” apunta a apoyar la divulgación de la riqueza geológica y
paleontológica de Aysén, y está pactado para terminar a fines de 2021.
Cerca de Mallín Grande, Aysén, existe un yacimiento fosilífero de reptiles jurásicos con una antigüedad aproximada de 148 millones de años.
El hallazgo del Chilesaurus diegosuarezi en 2004 fue la “punta del iceberg” que promovió numerosas exploraciones en esta región, lideradas por Manuel Suárez y Rita de la Cruz, de la carrera de geología de la Universidad Andrés Bello y del Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin), respectivamente.
Los geólogos contaron con la colaboración del Laboratorio de
Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados y en 2014 visitaron
nuevamente la zona para continuar con sus investigaciones, y la suerte hizo que
descubrieran los restos del Burkesuchus.
Lugar del hallazgo
Las rocas de la formación Toqui atesoran una fauna
totalmente nueva de reptiles jurásicos.
Estas asoman a unos 1.500 metros de altura, en plena
cordillera de la Patagonia, con un complejo acceso: se tiene que sortear un
río, atravesar un bosque lengas y parte del trayecto se debe hacer a caballo.
“Un camino barroso en el medio de un gran bosque de lengas
nos llevaba a la cima de la montaña”, relató Sebastián Rozadilla, miembro del
LACEV y explorador de National Geographic Society.
“Armamos el campamento al borde del bosque y comenzó a
nevar. Pese a que la nieve sea linda y divertida, es un problema si queremos
buscar fósiles, pues cubre el suelo donde nos esperan”, precisó.
Reconstrucción del esqueleto de Burkesuchus mallingrandensis – en rojo se indican los huesos hallados-. |
El día del hallazgo
“El primer día de prospección fue realmente inolvidable”,
recordó Marcelo Isasi, técnico del LACEV.
“Después de subir con los caballos y atravesar grandes
extensiones de hielo donde los animales se hundían de golpe hasta la panza nos
pusimos a buscar fósiles en los asomos rocosos. Estábamos muy entusiasmados ya
que en un área de no más de 100 metros de largo dimos con varios esqueletos
articulados de Chilesaurus”, añadió.
“De repente, Federico Agnolín, investigador del LACEV, gritó
“¡encontré un cocodrilo!”, y todos salimos corriendo hacia él“, rememoró.
Allí, el especialista indicó que cuando llegaron a su lado
vieron que se trataba de diminutos huesos expuestos en la superficie de la
roca.
Pero el hallazgo fue seguido de una sorpresa mayor cuando el
mismo Agnolín quebró un fragmento de roca y vio la parte posterior de un cráneo
preservado.
Durante aquella expedición, Rita de la Cruz tenía la
esperanza de descubrir un dinosaurio diferente del ya conocido Chilesaurus,
pero nunca imaginó que la gran novedad sería aportada, esta vez, por un
cocodrilo.
“Cuando terminó el día de trabajo, Federico se me acerca y
me susurra: ‘encontré un cocodrilo’. Yo me quedé sin palabras ya que como
geóloga no sabía la trascendencia que esto podía tener”, reconoció.
“Ahora, varios años después, por fin el cocodrilo sale a luz
y brilla por sí mismo, alumbrando aún más el conocimiento de la fauna de fines
del Jurásico”, festejó.
Homenaje a un amante de la Patagonia
El nombre con el que los investigadores bautizaron a este
nuevo animal significa “el cocodrilo de Burke procedente de Mallín Grande”.
En concreto, se adoptó como un homenaje al estadounidense
Coleman Burke (1941-2020), quien en vida fuera un amante de la Patagonia y
apasionado por la paleontología.
“Coleman y su esposa Susan nos brindaron su apoyo y
entusiasmo para llevar adelante exploraciones y nuevos descubrimientos
paleontológicos, incluido el cocodrilo que hoy lleva su nombre”, señalaron
desde la UNAB a través de un comunicado.
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