José Ignacio Canudo Sanagustín, Universidad de Zaragoza;
Carmen Núñez-Lahuerta, Universidade Nova de Lisboa; Eduardo Puértolas Pascual,
Universidad de Zaragoza; José Manuel Gasca, Universidad de Salamanca; Manuel Pérez Pueyo, Universidad de Zaragoza; Miguel Moreno-Azanza, Universidad de Zaragoza y Penélope Cruzado-Caballero, Universidad de La Laguna
Hace 66 millones de años, la Tierra sufrió cambios
dramáticos. Todo lo que podía salir mal, salió mal: variaciones del nivel del
mar, miles de kilómetros cúbicos de lava expulsados en el océano Índico y el
impacto de un asteroide de 11 kilómetros de diámetro. Todos estos eventos han
sido propuestos como causas de la extinción masiva que afectó a muchos grupos
de organismos, entre ellos los dinosaurios.
La extinción de muchos de estos grupos coincidió exactamente
con el impacto del asteroide, pero el registro fósil de dinosaurios es
demasiado incompleto para saber qué sucedió con ellos. Las respuestas hay que
buscarlas en las rocas y su registro fósil, y sólo se encuentran en unos pocos
lugares del mundo, entre ellos en una localidad del Pirineo oscense, en la Comarca de la Ribagorza, en el noreste de Aragón.
EVIDENCIAS DE UNA CATÁSTROFE GLOBAL
Desde la propuesta de la hipótesis del impacto
extraterrestre, los investigadores han buscado su rastro en las rocas. Se han
encontrado niveles ricos en metales raros en la Tierra pero abundantes en los meteoritos, como el iridio, o con gotas de vidrio fundido creadas por un
impacto de gran energía. También se han encontrado evidencias de un enorme
tsunami provocado por el asteroide al caer sobre el mar, y que afectó a lo que hoy
es América Central y Norteamérica.
Los ecosistemas colapsaron y grandes incendios y terremotos
asolaron el planeta. Una nube de ceniza cubrió el cielo, ya oscurecido por la
ceniza de los volcanes. Pero lo más frustrante para los paleontólogos no es lo
que pasó, si no lo que no podemos ver. Los yacimientos de dinosaurios cercanos
al límite son rarísimos, y es difícil saber cómo fueron sus últimos días.
Durante años se ha debatido el papel del meteorito en la
extinción catastrófica. ¿Fue el golpe de gracia en un mundo en decadencia? ¿Fue
la gota que colmó el vaso? El punto crucial y aún discutido es si la extinción
de los dinosaurios fue instantánea tras el impacto o sucedió de forma gradual.
UN SÍMIL MODERNO: LA EXTINCIÓN DEL BUCARDO
Celia, el último ejemplar de bucardo, que murió aplastada por un abeto, se exhibe disecada en el Centro de Viistantes del municipio de Torla-Ordesa. / Wikimedia Commons / José Miguel Pintor Ortego, CC BY-SA |
Pero decir que a los bucardos los extinguieron los abetos
sería equívoco y ridículo. Lo que realmente produjo su extinción fueron
diversos factores como la caza excesiva y la fragmentación de su territorio.
Debemos ser capaces de ver las extinciones como un conjunto de factores y no
sólo como un único evento que mata al último individuo. Que el abeto no nos
impida ver el bosque.
Sorprendentemente, esta extinción no es la única de la que
han sido testigo los Pirineos.
LA VIDA EN EL PIRINEO ANTES DE LA QUINTA GRAN EXTINCIÓN
Los dinosaurios, exceptuando las aves, desaparecieron al
final del Cretácico, en el límite con el periodo Paleógeno. Su extinción es un
fenómeno global tan claro que la ausencia de sus fósiles se utiliza para darle
nombre a las rocas. El reemplazo de dinosaurios por mamíferos marca el inicio
de la era Cenozoica, nombre que significa “animales nuevos”.
Esta es la quinta gran extinción en la historia de nuestro
planeta. Para documentarla necesitamos buscar por todo el mundo rocas
continentales de los últimos millones de años de la “era de los dinosaurios”.
Estas áreas son muy escasas en todo el mundo: Norteamérica, algunas zonas de
Asia y el este de Europa. Pero una de ellas se localiza en los Pirineos
oscenses.
Nuestro grupo de investigación Aragosaurus-IUCA de la Universidad de Zaragoza lleva décadas trabajando en el Pirineo. En la Ribagorza (Huesca) encontramos afloramientos con abundantes restos fósiles de vertebrados, correspondientes a los últimos 450 000 años del Cretácico. Cuando comenzamos nuestra investigación a finales de los años 1990 la presencia de dinosaurios era desconocida en esta parte del Pirineo, pero desde entonces el panorama ha cambiado por completo.
Vértebras de la cola del dinosaurio Arenysaurus en el yacimiento de Blasi. jicanudo@unizar.es |
Pero no sólo había especies herbívoras. También están representados
los dinosaurios carnívoros o terópodos. Hemos recuperado dientes aislados de al
menos siete especies diferentes y cáscaras de huevo de hasta cuatro especies. Y
este año hemos publicado el descubrimiento de una vértebra del cuello de un aveterrestre del tamaño de un avestruz.
En estos ecosistemas los dinosaurios no estaban solos. También hemos recuperado restos de anfibios y peces, y los cráneos de dos especies de cocodrilos, Arenysuchus y Agaresuchus. Y no solo eso, también conocemos cómo eran sus cáscaras de huevo.
LOS PIRINEOS ERA UNA ZONA COSTERA ANTES DE LA EXTINCIÓN DE
LOS DINOSAURIOS
El conocimiento de este registro fósil nos muestra la riqueza
y diversidad de los ecosistemas unos miles de años antes de la extinción. En
aquella época, el Pirineo era una zona costera, bañada por el Atlántico, con
ríos y pantanos, y clima tropical. Un ecosistema que no parecía estar en
declive.
Los últimos dinosaurios de Europa pueden visitarse en el Museo de los Dinosaurios de Arén. / José Ignacio Canudo |
No sabemos si el meteorito fue a los dinosaurios lo que el
abeto al bucardo, pero sí estamos seguros de que el impacto fue uno de los
culpables de su extinción. Seguimos buscando respuestas.
José Ignacio Canudo Sanagustín, Catedrático de
Paleontología, Universidad de Zaragoza; Carmen Núñez-Lahuerta, Paleontóloga,
Universidade Nova de Lisboa; Eduardo Puértolas Pascual, Investigador
Postdoctoral, Universidad de Zaragoza; José Manuel Gasca, Profesor del
Departamento de Geología, Universidad de Salamanca; Manuel Pérez Pueyo, PhD
candidate, Universidad de Zaragoza; Miguel Moreno-Azanza, Postdoctoral research
fellow, Universidad de Zaragoza y Penélope Cruzado-Caballero, Profesora
ayudante Doctora del Área de Paleontología, Universidad de La Laguna
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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