La comunidad científica ha descubierto un nuevo mecanismo
relacionado con el calentamiento global que puede producir extinciones masivas
La vida en la Tierra se puede considerar un milagro. A lo
largo de la historia ha pasado por momentos muy críticos, en los que estuvo a
punto de desaparecer. En los últimos 500 millones de años se han registrado
cinco extinciones masivas. La más conocida fue la del Cretácico que tuvo lugar
hace 65 millones de años.
Pero mucho antes, entre 400 y 360 millones de años,
se registró un período todavía más letal, conocido como Devónico. El 85 por
ciento de los peces y los tetrápodos, los antepasados de los mamíferos, se
extinguieron. Sobre esta etapa tan devastadora siempre ha habido más preguntas
que respuestas. Nunca estuvo nada claro cuál fue origen de semejante
cataclismo. Ahora un grupo de investigadores de la Universidad de Southampton
acaban de publicar un artículo en la revista Science Advances en el que
sostienen que la causa del desastre del Devónico fue la destrucción de la capa
de ozono, el escudo que protege a la Tierra de la radiación ultravioleta.
«Nuestro estudio aporta un nuevo mecanismo que puede producir una extinción
masiva y que no es ni un asteroide procedente del espacio exterior ni una
potente erupción volcánica. La luz ultravioleta provoca que las plantas sean
estériles y genera daños celulares en cualquier animal. Esto provoca que los
ecosistemas terrestre se derrumben», explica John Marshall, investigador
principal.
Los autores del trabajo encontraron las pruebas de lo que
había sucedido en esta etapa geológica en una serie de malformaciones que
presentan un grupo de esporas localizadas en Groenlandia, que por entonces
estaba situada cerca del ecuador en el antiguo continente llamado Laurasia, una
única superficie que unía lo que hoy es América del norte, Europa y Asia.
El retroceso del ozono se produjo como consecuencia de un
proceso natural que inició un intenso calentamiento del clima. El calor elevó
sustancias químicas naturales hasta las capas altas de la atmósfera que
destruían el ozono. «Existen observaciones y modelos modernos que muestran que
cuando se alcanzan temperaturas muy altas durante el verano aumenta la
inyección convectiva de vapor de agua que eleva sustancias químicas hasta los
niveles más altos de la atmósfera, la estratosfera, que destruyen el ozono. El
sistema tierra-atmósfera está conectado e intercambia constantemente elementos
químicos. Lo que ocurrió es que el sistema llegó a un extremo que provocó el
deterioro masivo del ozono», reconoce Marshall.
El calentamiento del devónico. |
Los científicos que han retrocedido hasta este momento de la
historia de la Tierra confiesan que el cambio climático actual pude reproducir
un evento similar. «Si continúa la tasa de calentamiento durante los veranos,
habrá más transporte de sustancias químicas hacia la estratosfera. Es decir, la
velocidad del calentamiento actual puede desequilibrar la capa de ozono. Es
importante que la gente entienda que el Devónico fue hace mucho tiempo. Ese
mundo no es el nuestro mundo, pero los procesos que actúan hoy son exactamente
los mismos», advierte.
Agujero de ozono reciente
Este año una anomalía meteorológica ya demostró la
influencia del tiempo atmosférico en el estado de la capa de ozono. En abril la
revista Nature publicó que la configuración del vórtice polar sobre el Ártico
durante el pasado invierno había formado un tipo de nubosidad estratosférica
que destruye el ozono. «Este pasado invierno ha habido más aire frío sobre el
Ártico que en cualquier invierno registrado desde 1979» aseguró Markus Rex,
investigador del Instituto Alfred Wegener en Potsdam.
La pérdida de ozono registrada fue muy notable. Los globos
meteorológicos enviados a la alta atmósfera midieron alrededor de 0.3 partes
por millón cuando los valores habituales suelen ser 3,5 ppm. Era el agujero en
el extremo norte más grande que se había observado desde que existen registros.
Afortunadamente en las últimas semanas, el calentamiento primaveral permitió
que aumentase la concentración del gas hasta cerrarlo. Este suceso reciente
dejó una lección importante. Sin la aprobación en 1997 del Protocolo de
Montreal que prohibió la emisión de gases cfcs, el deterioro de la capa hubiese
sido mucho más intenso y podría haber ocasionado un grave problema de salud
pública.
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