- Los fragmentos han sido localizados en la colección de curiosidades de una familia de boticarios catalanes
- Una veintena de escritos de la época describen la bola de fuego, que fue interpretada como una señal divina
Los dos fragmentos del meteorito y el mensaje conservados en
el frasco
de la colección Salvador – UPC
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Eran las cinco de la tarde del 25 de diciembre, día de
Navidad, de 1704, cuando una espectacular bola de fuego atravesó el firmamento
y cayó en las inmediaciones de Tarrasa causando un gran estruendo. Conocido
como el meteorito de Barcelona, pudo ser visto desde la ciudad condal hasta
Marsella. Los testigos de la época, asombrados y sin ningún conocimiento,
interpretaron el estallido como una señal divina. El evento quedó así descrito
en una veintena de documentos históricos que han llegado hasta nuestros días.
Sin embargo, el meteorito se consideraba perdido.
Hasta ahora, porque tres siglos después, un equipo de la
Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) y el Museo de Ciencias Naturales de
Barcelona ha conseguido localizar e identificar dos pequeños fragmentos del
meteorito que habían pasado desapercibidos dentro de una curiosa colección de
objetos de la familia Salvador, un brillante linaje de boticarios catalanes.
Réplica del Gabinete Salvador para una exposición - J.M. de
Llobet
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«Encontrar un meteorito 300 años después es increíble. No sé
si hay un caso como este», reconoce Jordi Llorca, director del Centro de investigación en Ciencia e Ingeniería Multiescala de la UPC y autor principal
del estudio, publicado en la revista «Meteoritics and Planetary Science». Los
investigadores fueron advertidos de la existencia de las rocas por los
responsables del Instituto Botánico de Barcelona, que actualmente alberga la
colección de miles y miles de libros, plantas y objetos de los Salvador.
Anteriormente, su gabinete de curiosidades se había mantenido en la trastienda
de la antigua farmacia familiar en la calle Ample de Barcelona.
Un mensaje en un sobre
«En cuanto los vi no tuve ninguna duda, eran meteoritos»,
asegura Llorca. Pero es que además a las rocas solo les faltó gritarlo. Los dos
fragmentos, de 50 y 35 gramos, estaban guardados en un frasco de vidrio con un
sobre en el que pone «meteorito?». Dentro, una anotación incompleta y medio
borrada que reza en catalán: «Piedra que cayó... (algo ilegible) 1704». Los
investigadores compararon los restos con los cuatro meteoritos que se conoce
que han caído o se han encontrado en Cataluña desde 1851 a 1905 y concluyeron
que este era diferente, no podía ser confundido con ningún otro. De nuevo, no
había duda: habían dado con el meteorito de Barcelona de 1704.
«No se sabe cómo la familia consiguió los fragmentos, pero
su recogida fue muy poco después del impacto», dice Llorca. El motivo es que
las rocas están muy frescas, aún tienen la corteza negra. Constituidas
mayoritariamente por silicatos y pequeñas partículas metálicas, provienen de
una condrita ordinaria, un tipo de meteorito muy común. El equipo cree que era
parte de uno de los asteroides primitivos que se agolpan en un cinturón entre
las órbitas de Marte y Júpiter. «Pueden tener aproximadamente 4.600 millones de
años, mucho más antiguos que cualquier roca terrestre», indica el investigador.
«Son los adoquines de los planetas, auténticos fósiles del sistema solar»,
añade. El meteorito es el séptimo más antiguo que se conserva en todo el mundo
y el tercero en Europa.
Una señal de Dios
Cuando cayó, las gentes de la época ni siquiera sabían lo
que era un meteorito. La bola de fuego atravesó el cielo un día tan emblemático
como el de Navidad y durante la Guerra de Sucesión, lo que dio lugar a
numerosas predicciones y supersticiones. Los dos bandos de la guerra lo
utilizaron con objetivos propagandísticos. Los partidarios del Archiduque
Carlos de Austria lo interpretaron como una señal de Dios a su favor, mientras
que los partidarios de Felipe V lo consideraron una advertencia a los catalanes
por la usurpación de la casa de Austria. «Todos intentaron sacar rédito»,
concluye Llorca.
En realidad, la caída de un meteorito no tiene más
significado que el científico y no ocurre más en una época que en otra, en un
lugar que en otro. «Podría pasar en cualquier sitio del mundo y en cualquier
momento, mañana o ahora mismo», explica el científico. En los últimos años,
solo se han visto caer y se han recuperado dos meteoritos en España: el de
Villalbeto de la Peña (Palencia) en 2004 y el de Puerto Lápice (Ciudad Real) en
2007. Pero encontrar uno, del que ha habido testigos, de hace tres siglos,
resulta ciertamente algo extraordinario.
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