miércoles, 2 de diciembre de 2015

Confirman la existencia de vasos sanguíneos en un dinosaurio de hace 80 millones de años

Los científicos lo han averiguado al comparar los restos de unos péptidos que hoy se encuentran en avestruces y gallinas con los encontrados en unos huesos fosilizados de un hadrosaurio que medía unos 30 metros de largo


Restos que podrían corresponder a estos vasos sanguíneos - M. Schweitzer, NC State University















Investigadores de la Universidad Estatal de Carolina del Norte han logrado confirmar que una serie de estructuras similares a vasos sanguíneos halladas en un hadrosaurio de hace 80 millones de años son exactamente lo que parecen, y no simple contaminación por material biológico ajeno al animal. El hallazgo confirma que estructuras tan sumamente delicadas como son los vasos sanguíneos pueden conservarse durante millones de años, lo que hace posible estudiar, de primera mano, secuencias originales de proteínas e incluso células sanguíneas. Se trata, en pocas palabras, de una auténtica revolución en Paleontología. El estudio se acaba de publicar en la revista «Journal of Proteome Research».

En su artículo, los investigadores afirman que «estructuras similares a vasos sanguíneos han sido recuperados tras el proceso de desmineralización de múltiples fragmentos de huesos de dinosaurio, algunos con más de 80 millones de años». Sin embargo, esas estructuras podrían ser endógenas del propio fósil, es decir, pertenecer a él, o tener un origen exógeno y ser el resultado de la colonización de la red de vasos sanguíneos vacía por parte de otros organismos después de que se degradara el tejido original.

«En este estudio -prosigue el artículo- hemos podido comprobar la hipótesis de que esas estructuras son endógenas». O, en otras palabras, que pertenecían realmente al dinosaurio.

Tim Cleland, que actualmente es paleontólogo molecular en la Universidad de Texas, desmineralizó un fragmento del hueso de una pata de un Brachylophosaurus canadensis, un hadrosaurio de más de 30 metros de largo que vivió hace 80 millones de años en lo que hoy es el estado de Montana. 
Cleland analizó después el hueso desmineralizado con un espectroscopio de masas de alta resolución y encontró varias proteínas que son características de los componentes celulares de los vasos sanguíneos. Una de esas proteínas, la miosina, se encuentra, en efecto, en los finos músculos asociados a las paredes de los vasos sanguíneos.

Los investigadores confirmaron después sus resultados llevando a cabo el mismo proceso con huesos de «arcosaurios modernos», como gallinas y avestruces, que son parientes vivos de los dinosaurios. Y tanto en las muestras antiguas como en las actuales, la secuencia de péptidos coincidía con la que caracteriza a los vasos sanguíneos. La metodología utilizada también permitió a los investigadores validar otras secuencias reportadas con anterioridad, así como descubrir secuencias adicionales.

«Este estudio es el primer análisis directo de vasos sanguíneos realizado sobre un organismo extinto -asegura Cleland-, y nos proporciona una oportunidad única para comprender qué clase de proteínas y tejidos pueden perdurar en el tiempo, y observar cómo éstos van cambiando durante el proceso de fosilización. Lo cual nos proporcionará también nuevas vías para formular preguntas sobre las relaciones evolutivas de los organismos extintos, y nos ayudará a averiguar, identificando importantes modificaciones en las proteínas, cuándo esos animales pudieron haber surgido de los varios linajes».

Para Elena Schroeter, coautora de la investigación, «la paleoproteómica es una tarea ardua, y requiere que pensemos en el modo de apoyar nuestras conclusiones desde ángulos y perspectivas muy diferentes. Este proyecto es significativo porque nos muestra el potencial de combinar distintos métodos experimentales, y a la vez múltiples formas de analizar los resultados para hallar una explicación científica».

Mary Schweitzer, otro de los firmantes del artículo, afirma por su parte que esta investigación «nos dará pistas de cómo las proteínas pueden cambiar y modificarse a lo largo de 80 millones de años. Y eso no solo nos dice cómo los tejidos logran preservarse a lo largo del tiempo, sino que nos da la posibilidad de ver cómo estos animales se adaptaron a su entorno mientras aún estaban vivos».

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