jueves, 11 de marzo de 2021

Buscadores de dinosaurios gigantes: los secretos de un trabajo de hormiga

Paleontólogos en acción  

Cómo opera el equipo de expertos argentinos que desenterró en Neuquén fósiles del saurópodo más grande del que se tenga noticia.

Las vértebras del nuevo dinosaurio récord salen a la luz. Lo apodaron Grandote.
El gigante dormido no tiene nombre. Descansa sobre un lecho de tierra en algún lugar de Neuquén, cuya ubicación exacta es celosamente custodiada por apenas un puñado de personas. Llevan varios años tratando de “despertarlo”, pero es tan grande la tarea, tan titánica, que probablemente tarden mucho tiempo más en terminar de desenterrar los misterios que encierra.

El gigante no tiene prisa: lleva esperando 98 millones de años. Por encima de él, en ese lapso, los bosques se hicieron desiertos, los continentes fueron y vinieron, y apareció el hombre. Es la bestia más grande que haya caminado jamás por el planeta. Al menos por ahora, porque siempre habrá un fémur unos centímetros más largo a punto de salir a la superficie.

El Grandote, como lo llama el equipo que lo sacó a la luz, es el último gran hallazgo anunciado en el mundo de la paleontología. Se trata de un saurópodo –dinosaurio cuello largo– que vivió en la cuenca neuquina y cuya especie todavía no pudo ser identificada. ¿Peso estimado? 80 toneladas. ¿Largo? 40 metros.

Los paleontólogos usaron taladros neumáticos para algunas etapas
de la excavación.
El récord hasta ahora pertenece al Patagotitan Mayorum (69 toneladas, 37,9 metros), otro saurópodo hallado por varios integrantes de este mismo equipo.

El terreno de acción es la vasta Patagonia argentina, pero también Cuyo y Salta, donde han sido hallados algunos de los dinosaurios más grandes del mundo: el Argentinosaurus, el Puertasaurus, el Notocolossus.

“Esta vez nos mirábamos y nos preguntábamos: ‘¿De nuevo vamos a anunciar que encontramos un dinosaurio gigante? ¡No nos van a creer!’”, se ríe Alberto Garrido, director del Museo Olsacher, de Zapala, y uno de los pioneros en participar de una campaña que lleva más de diez años de trabajo en el campo de la cuenca neuquina.

La noticia del hallazgo fue publicada en enero en la revista especializada Cretaceus Research y e impactó en la comunidad paleontológica.

Garrido es geólogo en un suelo que está lleno de petróleo y de dinosaurios. Cuenta que ha tenido años en los que pasó apenas veinte días en su casa. En 2008 recibió un proyecto muy ambicioso para buscar dinosaurios de los períodos jurásico superior y cretácico inferior, una franja de tiempo de la que casi no se habían conseguido hallazgos notables. ¿Dónde? En sitios que hasta entonces estaban calificados como “estériles”.

Sin embargo, la carpeta estaba firmada por los paleontólogos Leonardo Salgado y José Ignacio “Iñaki” Canudo, dos colegas y amigos que lo tentaron con el desafío. Fueron convocados, además, otros profesionales, como el paleontólogo José Carballido y el paleobotánico Leandro Martínez. “Queríamos aportar algo novedoso, aunque más no fueran unos troncos” recuerda Garrido.

Cuando había un solo continente, lo que hoy es Argentina se encontraba mucho más cerca del trópico que del polo, lo que favoreció el crecimiento de plantas enormes que alimentaron la evolución de los dinosaurios.

Tierra con sorpresas

La primera salida fue pobrísima, literalmente no encontraron nada. “Con pocas expectativas pero llenos de esperanzas”, afirma, fueron a otro sector estéril, donde caminaron varios kilómetros hasta dar con unas astillas de hueso, tan pequeñas y destruidas que descartaron por insignificantes.

Lo que siguió fue tan poco auspicioso que volvieron a ese puñado de astillas para tratar de “salvar la ropa”. Perdido por perdido se pusieron a limpiar. Aparecieron huesos débiles pero articulados. Luego, algunas piezas más y de distintos tamaños.

De repente no habían encontrado un dinosaurio. Eran tres. Un adulto, un joven y un bebé de una nueva especie que bautizaron Lavocatisaurusagrioensis. Fue el comienzo de una mega expedición que se extendería por los siguientes dos años. Y aún faltaba el premio mayor.

Reproducción artística del Patagotitan Mayorum. El anterior “campeón”,
desbancado por Grandote. Fue descubierto por el mismo equipo.
 
Por sus características, la Patagonia argentina es una de las regiones que despiertan mayor interés dentro de la comunidad paleontológica. Árida y desértica, hace falta un ejercicio de imaginación para pensarla hace cien millones de años, cuando ofrecía una vegetación exuberante, temperaturas cálidas y cauces de agua que permitieron el desarrollo de una biodiversidad única.

Durante la época en la que sólo había un súper continente llamado Pangea, lo que hoy es Argentina se encontraba mucho más cerca del trópico que del polo, lo que favoreció el crecimiento de plantas enormes que alimentaron la evolución de los dinosaurios. 

Al morir, estos animales fueron sepultados por barro o cauces de agua, lo que permitió la conservación de sus huesos y un proceso de fosilización bajo suelo, a cientos de metros.

Pero la evolución geológica de la Patagonia (el movimiento de placas tectónicas que formó la cordillera de los Andes y que movió las bases de esa tierra, sumado a millones de años de fuertes vientos erosionando un terreno ya sin vegetación que lo protegiera) hizo que esas capas de roca de distintas eras comenzaran a quedar expuestas. Y con ellas, los huesos fosilizados quedaron a la vista.

​Sacar a la superficie a un animal de 40 metros de largo requiere de un enorme desgaste físico, de picar piedra con martillos neumáticos durante horas, de pulir huesos con precisión de un orfebre, de caminar bajo el sol en busca de rastros finísimos, imperceptibles a veces.

Trabajo de hormiga

Las excavaciones se realizan a partir de hallazgos en la superficie. Luego comienzan las campañas para desenterrar los especímenes. Una campaña puede durar entre 10 días y un mes, y demandar el trabajo de hasta 20 personas.

​Sacar a la superficie a un animal de 40 metros de largo puede tomar varias campañas, años incluso. Pero requiere también de un enorme desgaste físico, de picar piedra con martillos neumáticos durante horas, de pulir huesos con precisión de un orfebre, de caminar bajo el sol en busca de rastros finísimos, imperceptibles a veces, que indiquen la existencia de seres vivos colosales.

Leonardo Salgado dice que hubo algo de fortuito en el hallazgo del Grandote. Con su equipo tenían pensado moverse a nuevas zonas cuando, en una recorrida de descanso de uno de los últimos días, encontraron la punta de algo que parecía prometedor.

Hay equipo. De Izquierda a derecha: Francisco Barrios, Kevin Gómez,
Leonardo Salgado, José Canudo, José Carballido y Alejandro Oter
“No sabíamos cómo podía reaccionar el resto de la comunidad (profesional), porque siempre estamos encontrando cosas que superan a las anteriores”, le explica a Viva. Su apellido estuvo presente en los papers del Giganotosaurus (1993), el primer registro de un gran grupo de dinosaurios carnívoros en Sudamérica.

Cecilia Apaldetti es paleontóloga e investigadora. Hace unos años lideró el trabajo que encontró en San Juan a la Ingentia Prima, una saurópoda gigante (bautizada en femenino) que vivió en el período triásico y tenía un tamaño que la teoría no ubicaba hasta 50 millones de años más tarde.

“Ingentia pesaba 10 toneladas en un momento donde ningún animal había llegado a ese tamaño”, cuenta a Viva. Según explica, los sauropodomorfos, que luego se volverían titanes de cuello largo, eran originalmente criaturas de dos patas del tamaño de un pavo o una avestruz chica.

“Su esqueleto se modificó para poder hacerse grandes y apoyarse en cuatro patas. Cuando el cuerpo te pesa dos toneladas te comienza a cambiar el esqueleto, las extremidades delanteras comienzan a hacerse tipo columnas, pierden flexibilidad y falanges, el cráneo se achica”, enumera.

Máximo, dinosaurio de 37 metros de largo hallado en la Patagonia, fue expuesto
 en el Stanley Field Hall del Museo Field, en Chicago.
Por qué se volvieron tan enormes unos sí y otros no es la pregunta del millón y Cecilia lo sabe: “Hay paleontólogos que se murieron sin encontrar la respuesta después de una vida consagrada al tema. Los anfibios se encontraron con un mega continente provisto de muchísimas plantas gigantes. Todos comenzaron a desarrollarse. Había recursos, espacios con sombra, agua, comida, lugar para caminar. El gigantismo fue una estrategia de defensa”.

“Si eras un animal pequeño como un ser humano, quizás no hubieras subsistido mucho tiempo. Pero si eras un gigante, iba a ser más difícil que te atacara un cierto rango de carnívoros”, dice.

El paleontólogo Alejandro Otero no se “marea” con el tamaño récord del Grandote porque, entiende, un puñado de metros no le cambia la ecuación sobre la importancia del hallazgo.

Aunque se sumó en 2015 a la excavación, aceptó el desafío de liderar la redacción del paper que comunicó el descubrimiento. Lo que más lo entusiasma es que la cadera esté bien articulada. Que el paso de los años y la acción de los carroñeros no hayan desarmado mucho el fósil y que existan chances de sacar un esqueleto lo más completo posible. Tampoco se apresura a confirmar si se trata de una especie nueva. Lo concreto, asegura, es que se trata de un dino “zarpado”.

clarin.com

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