Emily Rosa con nueve años de edad, en 1998, año en que se publicó su estudio/Imagen: LindaRosaRN en Wikimedia Commons |
Mikao Usui/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons |
El reiki es la fuerza natural que da vida y la puede
transmitir una persona con poder a otra mediante la imposición de sus manos, de
manera similar al ritual que llevaban a cabo los reyes de Francia con el pueblo
llano siglos atrás en ocasiones especiales. Es decir, se trata de una práctica
de curación alternativa (aunque algunos dicen que su propósito real no es curar
sino prevenir) que, si bien remonta presuntamente sus orígenes a la medicina
tradicional oriental, se recicló en los años setenta del siglo XX envuelta en
esa apariencia más científica -cambio de nombre incluido- de la mano de la
enfermera teósofa Dora Kunz, a la que luego completó y ordenó otra compañera de
profesión, Dolores Krieger.
Emily, decíamos, la descubrió gracias a la controversia al
respecto surgida en 1996, cuando la Asociación de Filadelfia para el
Pensamiento Crítico y la Fundación James Randi (creada por el ilusionista
homónimo para destapar los fraudes de la homeopatía, la parapsicología y otras
pseudociencias) invitaron a más de medio centenar de enfermeras practicantes
del toque terapéutico -entre ellas la citada Krieger-, ofreciendo un premio de
setecientos cuarenta y dos mil dólares a la que pudiera demostrar que poseía
tal habilidad. Sólo una aceptó y, por supuesto, los resultados de las pruebas
no fueron convincentes al tener únicamente un 50% de aciertos (debía
diferenciar entre enfermos y sanos sólo acercando sus manos).
James Randi/Imagen: James Randi Educational Foundation en Wikimedia Commons |
Con él realizó una prueba que constaba de dos fases. En la
primera, desarrollada en días y meses diferentes a lo largo de aquel año, puso
a prueba a una quincena de practicantes de TT con experiencia entre uno y
veintisiete años. La segunda fue en 1997, cuando repitió la prueba a siete de
ellos más otros seis, pero todos el mismo día con la excepcionalidad de que
esta vez tuvo a tres adultos como supervisores: su padrastro (que era
matemático y se encargó de las estadísticas), su madre (enfermera diplomada) y
Stephen Joel Barrett (médico psiquiatra de la Universidad de Pensilvania,
vicepresidente de la Asociación Nacional contra el Fraude en la Asistencia
Sanitaria de los Estados Unidos, posteriormente creador de la web escéptica
Quackwatch).
Como se ve, personalidades del mundo académico se habían
interesado por el experimento y, de hecho, esta segunda fase fue grabada por
las cámaras del programa Scientific American Frontiers. La cosa incluso fue más
allá porque la prestigiosa revista Journal of the American Medical Association
publicó el estudio el 1 de abril de 1998 acompañado de una extensa
bibliografía, haciendo que Emily pasara a ser la persona más joven en publicar
en un medio de esas características, es decir, uno sometido a la revisión por
pares (un arbitraje por el que autores de igual o superior nivel al que publica
comprueban la calidad y el rigor de los artículos). Hasta la inscribieron en el
Libro Guinness de los Récords.
El experimento consistió en que la niña pedía a los sujetos
elegidos que pasaran sus manos palmas arriba por unas aberturas practicadas a
una mampara de cartón (para impedir la visión) y ella pasaba sobre una de ellas
la suya -previamente elegida por ellos como la que más fuerte emitía- para que
averiguaran cuál era, sin tocarse. Emily realizó diez intentos con catorce
sanadores y veinte con los otros siete, siempre aleatoriamente (a cara o cruz
con una moneda) y apuntando los resultados. Al hacer el recuento la media de
aciertos fue de sólo el 44%, que era más o menos el porcentaje correspondiente
al azar, quedando demostrada la ausencia de base científica del toque
terapéutico.
El que fuera una menor la que protagonizó el estudio atrajo
la atención mediática, no tardando en surgir críticas por el hecho de que el
experimento se había presentado como un simple trabajo escolar y los
voluntarios habían confiado en eso, cuando lo cierto es que contaba con el
respaldo del mundo académico. Ciertamente, la segunda fase se hizo con patrocinio
de Scientific American Frontiers, pero con los sujetos sabedores de que estaban
siendo grabados. Además, la etapa anterior se llevó a cabo sin mayores
intenciones y fue meses después cuando Barrett recopiló, ordenó y publicó los
resultados sin olvidar reseñar los nombres de la niña y sus padres.
En cualquier caso, Emily se convirtió en una pequeña
celebridad y apareció en los periódicos como desenmascaradora de un timo. Su
fama no fue tan efímera como cabría esperar porque en los años siguientes ganó
varios premios en la feria de ciencias por otros trabajos -incluso la Fundación
Nobel la distinguió- y en 2009 se graduó en Psicología por la Universidad de
Colorado.
No obstante, ganó la batalla pero perdió la guerra. Hoy en
día el reiki no sólo sigue practicándose sino que medio Hollywood es adicto y,
encima, para bochorno de la Ciencia, algunos centros sanitarios lo toleran por
el efecto placebo que produce y su teórica inocuidad.
Fuentes
El peligro de creer (Luis Alfonso Gámez)/A close look attherapeutic touch (Linda Rosa, Emily Rosa, Larry Sarner y Stephen Barrett en
Journal of the American Medical Association)/Psicología (David G. Meyers)/Theskeptic encyclopedia of pseudoscience (Michael Shermer, ed)/Wikipedia
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