Encuentran en Brasil un pterosaurio casi del tamaño de una persona que tenía una enorme cresta en la cabeza y que es posible que fuera mejor caminante que volador.
Petrificado en bloques de caliza, el nuevo fósil es el primer esqueleto casi completo de una especie de pterosaurio que se describió por primera vez en 2003. FOTOGRAFÍA DE VICTOR BECCARI |
Destinados a la venta a museos y potencialmente
coleccionistas privados de todo el mundo, el tesoro fósil habría aportado a los
contrabandistas miles de euros, sino más. Sin embargo, las redadas policiales que se hicieron en el ámbito de una investigación llamada Operación Múnich,
interceptaron la exportación ilegal y enviaron los casi 3000 ejemplares
recuperados a la Universidad de São Paulo.
“He visto muchos pterosaurios conservados excepcionalmente
bien en Brasil y en el extranjero, pero especímenes como este, que está casi
completo y articulado, con restos de tejido blando, son muy raros", dice
Fabiana Rodrigues Costa, paleontóloga de la Universidad Federal de ABC de São
Paulo y coautora del reciente estudio publicado en la revista PLOS ONE.
"Es como que te toque la lotería".
La especie se describió por primera vez en 2003 por
científicos alemanes e ingleses que usaron dos cráneos. Pero esta es la primera
vez que los paleontólogos han podido estudiar el resto del cuerpo del animal,
incluido un poco de tejidos blandos y huesos del cuello, las alas y las patas.
Los hallazgos podrían en su día resolver el debate sobre cómo las enormes crestas
en las cabezas de estos reptiles afectaban a sus habilidades voladoras.
"Es un fósil único", dice Rodrigues Costa.
Antiguos reptiles del cielo
Los pterosaurios eran primos cercanos de los dinosaurios y
coexistieron con ellos. Mientras que los dinosaurios se expandían por tierra,
los pterosaurios regían los cielos. La coexistencia se dio desde el final del
Triásico, hace más de 200 millones de años, hasta el final de Cretáceo, hace 66
millones de años, cuando ambos grupos se extinguieron tras una catástrofe global provocada por el impacto de un asteroide.
Pero los pterosaurios no tienen descendientes vivos, al
contrario que los dinsaurios, que son los ancestros de los pájaros. Los fósiles
son la única ventana desde la que conocer la apariencia y vida de estas
criaturas voladoras prehistóricas y los fósiles de pterosaurios son
extremadamente raros. Sus delicados huesos se conservan mal, por lo que casi
siempre lo que nos llegan son fragmentos de sus esqueletos.
Los paleontólogos sobre todo han recuperado restos de
pterosaurios de los sedimentos que en su día estuvieron sumergidos bajo el
agua. El barro blando enterraba enseguida sus huesos después de que se
sumergieran en el fondo de los lagos o los mares y las condiciones de bajo
oxígeno limitaba su deterioro.
La cuenca brasileña de Araripe, que en su día estaba
cubierta de lagunas saladas pero ahora es árida y está llena de maleza, guarda
muchos fósiles muy bien conservados y petrificados entre las capas de caliza.
"Abres la piedra como quien abre un libro, y entre esas páginas encuentras
fósiles", dice el paleontólogo y coautor del estudio Felipe Lima Pinheiro
desde la Universidad Federal de Pamap en São Gabriel, Brasil.
De las más de 110 especies conocidas de pterosaurios 27 han
venido de esta región. Los tapejáridos están entre los grupos más diversos y
abundantes, especialmente los del género Tupandactylus, que cuentan todos con
una desproporcionada y llamativa cresta en la cabeza.
Mientras la cuenca de Araripe es rica en fósiles, Lima
Pinheiro dice que los fósiles de pterosaurio no se suelen encontrar. El
comercio ilegal de fósiles no ayuda. Los especímenes muchas veces acaban en
manos de compradores extranjeros y no en los museos e instituciones científicas
de Brasil.
"El fósil casi entero es un hallazgo muy
importante", dice el paleontólogo Rodrigo Vargas Pêgas, de la Universidad
Federal de ABC de Santo André (Brasil), que no estuvo involucrado en la
investigación. "Es una gran noticia para la paleontología brasileña".
Una cresta prehistórica
En 2014, cuando el espécimen de Tupandactylus navigans llegó
a la Universidad de São Paulo, su esqueleto estaba incrustado en seis piezas de
caliza de color beige. Victor Beccari, licenciado adscrito a la universidad y
responsable del nuevo estudio, se dio cuenta de que la cresta suponía casi tres
cuartas partes del cráneo. "Era demasiado grande para un animal de ese
tamaño, como la cola de un pavo real", dice.
Para los científicos que describieron el Tupandactylus navigans en 2003, la cresta craneal les recordaba a una vela de windsurf y por
tanto un sistema de propulsión para ayudar en el vuelo. Para que eso fuera
posible, se imaginaron un animal con un cuello corto y unos tendones óseos que
juntaban las vértebras del cuello.
Al tener acceso al esqueleto completo, Beccari y sus colegas
pudieron indagar sobre las capacidades del animal para volar. El equipo generó
un modelo tridimensional del esqueleto usando un escáner de tomografía
computerizada (CT, en sus siglas en inglés) para hacer una radiografía de los
viejos huesos.
Resulta que el Tupandactylus navigans tenía un cuello largo,
largas patas y unas alas comparativamente pequeñas. Este descubrimiento sugiere
que el animal se movía mejor por tierra que por el aire. La extravagante cresta
craneal de la criatura, posiblemente un adorno de exhibición sexual, lo
limitaría a vuelos de corta distancia, posiblemente para escapar de
depredadores.
Pero hay otro misterio de esta cresta vertical que tiene a
los investigadores siguiendo otras pistas. Una especie distinta de tapejáridae,
conocida como Tupandactylus imperator, vivió junto al Tupandactylus navigans, y
los expertos se preguntan si podría tratar realmente de dos sexos de la misma
especie.
"Es una corazonada", dice Lima Pinheiro.
"Ayudaría mucho un esqueleto completo de imperator, si es que lo
encontramos". Tal vez la caliza de la cuenca de Araripe puede que guarde
todavía más huesos de tapejáridos, desvelando más secretos sobre las vidas de
estos enigmáticos reptiles.
Por ahora, gracias a una redada policial, los científicos y
el público en general pueden ver al Tupandactylus navigans con sus propios
ojos: sus extraordinarios huesos se exponen desde 2017 en el Museo de
Geociencias de São Paulo.
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