¿Asteroide o volcanes? Estudios recientes están ayudando a resolver una vieja polémica sobre cuál fue la causa principal de la gran extinción que marcó el final del Mesozoico.
Ilustración de la extinción de los dinosaurios por la
actividad volcánica. National Science Foundation
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Hasta los niños de primaria hoy saben que los dinosaurios,
exceptuando las aves, se extinguieron por el impacto de un enorme asteroide o
cometa hace 65 millones de años. Pero en este caso los niños de primaria
"saben" más que los científicos, porque muchos de ellos no están del
todo de acuerdo, o nada de acuerdo, con esta explicación.
Es decir, nadie niega que tal objeto cayó a la Tierra, si
bien no fue hace 65 millones de años, sino hace exactamente 66.043.000 años con
un error de más/menos 11.000 años y a menos de 32.000 años de la extinción en
masa, según un preciso estudio de datación publicado en 2013. Pero otra cosa es
creer que este suceso fuera el culpable directo y único de la muerte de los
dinosaurios; aquí es donde surgen las discrepancias. Tan fuertes, que en
algunos casos a los científicos sólo les ha faltado llegar a las manos.
En el siglo XIX, cuando el mundo comenzó a conocer los
dinosaurios y a quedarse pasmado con estos "terribles reptiles"
(literalmente, del griego deinos-sauros), nadie sabía por qué ya no los tenemos
aquí con nosotros. Naturalmente, por entonces había una explicación sencilla:
por el motivo que fuera, no consiguieron billete en el arca de Noé. Pero a
medida que fue conociéndose la historia natural de la Tierra, se hizo evidente
que se requería una razón más plausible.
A principios del siglo XX comenzaron a circular teorías tan
imaginativas como equivocadas: los dinosaurios desaparecieron porque todos sus
huevos fueron devorados por los depredadores, o bien se volvieron demasiado
grandes e incluso estúpidos para sobrevivir. Curiosamente, de esta última idea
nace la metáfora popular de "ser un dinosaurio", aunque hoy sabemos
que es una imagen totalmente errónea.
LOS VOLCANES, ¿CULPABLES?
Las cosas comenzaron a tomar forma en los años 70. En 1972,
el investigador de la Oficina Oceanográfica Naval de EEUU Peter R. Vogt propuso
en la revista Nature que grandes episodios de vulcanismo en la historia de la
Tierra podrían haber provocado extinciones masivas. En concreto, Vogt analizaba
con detalle la transición entre el Cretácico (el útimo período del Mesozoico) y
el Terciario o Paleógeno. Aquel evento, llamado extinción K-T o K-Pg, no sólo
acabó con los dinosaurios, sino también con las tres cuartas partes de todas
las especies. En su estudio, Vogt vinculaba este suceso con las erupciones
gigantes que originaron las llamadas Traps del Decán, en la actual India, y que
vomitaron tal cantidad de lava como para haber cubierto toda España con una
capa de roca de un par de kilómetros.
Imagen de los Traps del Decán en la India. Nicholas (CC)
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La hipótesis de Vogt encontraría continuidad en el trabajo
del geólogo del Instituto Politécnico de Virginia Dewey McLean. En 1978, McLean
publicaba un artículo en la revista Science en el que atribuía la extinción
K-Pg a un calentamiento global por efecto invernadero, causado por una
liberación masiva de dióxido de carbono (CO2) del mar a la atmósfera.
Proféticamente, McLean advertía de un riesgo similar en la actualidad debido a
la quema de combustibles fósiles y a la deforestación.
En su trabajo original McLean no mencionaba los volcanes; el
geólogo incorporó las erupciones del Decán al año siguiente, y en 1981
presentaba por primera vez públicamente su hipótesis en dos reuniones
científicas. Pero en la segunda de ellas, celebrada en mayo en Ottawa (Canadá),
el geólogo iba a encontrarse con una dura oposición, nada menos que por parte
de un premio Nobel: el físico de ascendencia española Luis Alvarez, de la
Universidad de California en Berkeley, nieto de un médico asturiano emigrado a
EEUU en el siglo XIX.
EL ASTEROIDE, ¿CULPABLE?
Regresemos unos años atrás. En 1973 el químico Harold Urey
proponía en Nature que los impactos de cometas con la Tierra podían marcar los
períodos geológicos. "Parece posible, e incluso probable, que la colisión
de un cometa con la Tierra destruyera a los dinosaurios e iniciara la división
Terciaria del tiempo geológico", escribía Urey.
La hipótesis encontraría fundamento pocos años después
cuando Alvarez y su hijo Walter, geólogo, estudiaban una roca procedente de
Italia que se había formado durante la extinción K-Pg. Aquella piedra tenía
algo muy inusual: iridio, un metal raro en la corteza terrestre. En 1979, un
artículo en la revista de Berkeley exponía por primera vez la conclusión de los
Alvarez: aquel iridio podría ser de procedencia extraterrestre, lo que apuntaba
al impacto de un asteroide como causa de la extinción. La hipótesis aparecería
publicada en Science al año siguiente.
Recreación de un gran asteroide chocando contra la Tierra.
Donald E. Davis JPL | NASA
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Para McLean, en cambio, el iridio tendría su origen en la
lava procedente del manto terrestre. La confrontación de ambas hipótesis en
Ottawa no fue precisamente dulce. McLean denunciaría después que fue presionado
y coaccionado por sus oponentes para que abandonara su propuesta, lo que a la
larga tendría "un impacto devastador" en su carrera y su salud.
Obviamente no renunció, pero la reunión se saldó con la hipótesis
extraterrestre como clara vencedora. Hasta hoy. Pese a ello, el debate
prosigue, y no siempre respetando las normas de cortesía y transparencia; hay
quien ha llegado a denominarlo "tiroteo en la frontera K-Pg".
Naturalmente, el conocimiento ha avanzado notablemente en
los últimos 35 años. En 1991 se identificó el lugar del impacto del asteroide
propuesto por los Alvarez: el cráter de Chicxulub, en la península mexicana de
Yucatán. El hallazgo prestó aún mayor apoyo a la hipótesis de la causa
extraterrestre, que en 2010 recibió el respaldo de 41 investigadores en la
revista Science. ¿Fin del debate? Ni mucho menos. El artículo fue de inmediato
respondido por un número casi equivalente de investigadores que entrescartas
alegaban la concurrencia de otras causas en la extinción, sobre todo el
vulcanismo en el Decán.
EL ASTEROIDE, ¿INOCENTE?
Una de las firmantes de las respuestas fue la paleontóloga
Gerta Keller, de la Universidad de Princeton. Keller es una defensora a capa y
espada de la hipótesis del vulcanismo en el Decán y ha llegado a ironizar
diciendo que el asteroide de Chicxulub pudo provocar "un dolor de
cabeza" a los dinosaurios. La investigadora sostiene que la caída del
asteroide fue 300.000 años anterior a la extinción, y que por tanto no pudo ser
la causa principal. "Nunca ha habido buenas pruebas de ello, y hay
multitud de pruebas de que el impacto fue anterior a la extinción en
masa", opina Keller para EL ESPAÑOL; un juicio que otros expertos niegan
categóricamente.
Keller fue coautora en enero de 2015 de un estudio en
Science dirigido por Blair Schoene, también de Princeton, que dibujaba la
extinción masiva K-Pg como un doble golpe: una datación fina sugería que las
grandes erupciones en el Decán comenzaron hace 66.280.000 años, creando un
escenario funesto que comenzó a aniquilar a algunas especies. Y por si fuera
poca desgracia, unos 237.000 años más tarde cayó un asteroide.
¿Demasiada casualidad? Tal vez sólo hasta cierto punto: la
colisión fue fortuita, pero el monstruoso seísmo que provocó en la capa
superior del manto terrestre avivó las erupciones. Esta es la conclusión de
otro estudio publicado en abril de 2015 con la participación de Walter Alvarez.
Los resultados se corroboraban en otro estudio publicado el pasado octubre,
aunque para otros expertos consultados esta hipótesis aún es una mera
especulación sin fundamento. Según esta visión, 50.000 años después del impacto
del asteroide el vulcanismo se intensificó. Del total de lava despedida durante
los 750.000 años que duraron las erupciones, el 70% surgió después de la caída
del asteroide.
Límite K-Pg, el estrato de roca que corresponde al momento
geológico de la extinción. Scott (CC)
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De ser cierta, esta hipótesis abrocharía ambos fenómenos,
asteroide y volcanes, en una solución salomónica. Keller parece satisfecha con
la idea de que se atribuya al impacto el papel desencadenante de la que en su
opinión es la causa principal de la extinción, los volcanes.
Por su parte, McLean está "de acuerdo con Walter
Alvarez en que tanto el impacto como el vulcanismo en el Decán probablemente
causaran las extinciones", señala a EL ESPAÑOL; sin embargo, no suscribe
la relación entre ambos fenómenos: "Se ha argumentado mucho a favor y en
contra de si el impacto provocó el vulcanismo, pero me parece que sin mucha
resolución".
LOS VOLCANES, ¿INOCENTES?
Y cuando por fin parecía reinar la paz en la frontera K-Pg,
vuelve la tempestad. Un nuevo estudio dirigido por el investigador de la
Universidad de Yale Michael Henehan asegura que los efectos del CO2 emitido por
los volcanes del Decán, como el calentamiento global y la acidificación de los
océanos, habían quedado neutralizados ya unos 150.000 años antes del impacto
del asteroide. Es decir, que según Henehan y sus colaboradores, la herida del
Decán en el clima terrestre había cicatrizado mucho tiempo antes de la
extinción. En otras palabras: el vulcanismo no mató a los dinosaurios.
Como es lógico, el estudio ha erizado los ánimos de los
defensores del vulcanismo. McLean considera que "no parece congruente con
el vasto banco de datos sobre K-Pg acumulado durante décadas", y subraya
que la cronología de la extinción no coincide con la caída del asteroide:
"Esta idea, promovida por algunos científicos influyentes y por la prensa,
queda refutada por el registro fósil real". "Los dinosaurios NO se
extinguieron con el impacto de un asteroide; ya estaban extinguidos antes del
impacto", zanja.
Keller es algo más contundente: "Este estudio es tan
erróneo y anticuado en prácticamente todo que es difícil saber por dónde
empezar". Tanto la investigadora como Blair Schoene, el director del
estudio de datación de las lavas del Decán, objetan los datos de Henehan, que
sugieren un comienzo de las erupciones demasiado temprano y concentrado en el período
anterior a la extinción. "Las erupciones en el Decán continuaron bien
entrado el Paleoceno [Terciario] y fueron responsables del largo retraso en la
recuperación marina", argumenta Keller.
En respuesta a estas objeciones, Henehan expone a EL ESPAÑOL
que todo tiene su explicación: la datación temprana del comienzo de las
erupciones fue elegida simplemente para introducir en su modelo una fecha que
encajara en las escalas de tiempo geológico empleadas hoy como estándares. Y en
cuanto a la continuidad del vulcanismo después de la extinción, aclara:
"Nunca dijimos que las erupciones se hubieran terminado antes de
K-Pg". Pero añade: "El debate está en la proporción relativa de lava
antes y después de K-Pg".
La capa intermedia contiene 1.000 veces más iridio que las
otras. Eurico Zimbres (CC)
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A este respecto, Henehan subraya que si el total del material
expulsado por los volcanes se hubiera repartido gradualmente a lo largo de esos
750.000 años de erupciones, el efecto del CO2 en el clima y los océanos habría
sido insignificante, ya que los mecanismos naturales de la Tierra lo habrían
neutralizado.
"Es casi imposible obtener ninguna alteración climática
o acidificación oceánica en un modelo de ciclo de carbono si asumimos la
liberación de CO2 del Decán a lo largo de tanto tiempo". En su lugar,
Henehan se basa en estudios previos para proponer un modelo en oleadas. Y en
este caso, su resultado se sostiene: el CO2 expulsado antes de la frontera K-Pg
se lo tragó la Tierra; en la recta final hacia la extinción masiva, concluye
Henehan, no hay acidificación del mar ni subida de las temperaturas.
CASO ABIERTO
En resumen, ¿qué mató a los dinosaurios? La respuesta es que
la investigación y el debate prosiguen, aunque Henehan estima que el tiroteo ha
cesado. "Creo que estamos básicamente en la misma sintonía, sólo que nos
acercamos al mismo problema desde ángulos diferentes", comenta.
El geólogo piensa que los científicos más jovenes están
abandonando las trincheras de antaño; incluso McLean reconoce que en esta
guerra histórica los dos bandos, incluido el suyo propio, han caído en
interpretaciones sesgadas de los datos. Al igual que Henehan, Schoene confía en
una paz duradera en la frontera K-Pg: "La sangre nueva y más datos han
traído un enfoque menos divisivo", dice a EL ESPAÑOL.
Otra cosa es que se acabe llegando a una respuesta. Y
McLean, veterano y ya retirado, no lo ve tan claro: "La ciencia es como
una enorme cebolla con infinidad de capas que hay que ir quitando para llegar a
la verdad", reflexiona. "Me pregunto si alguna vez llegaremos. Y lo
digo basándome en 50 años de investigación de la extinción K-Pg, desde que yo
era un estudiante de doctorado de geología en la Universidad de Stanford".
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