Algunos de los primeros animales sobre la Tierra estaban
conectados por redes de filamentos, según la evidencia más temprana que se ha
encontrado de este tipo de conexión.
Hilos fosilizados, algunos de hasta cuatro metros, conectan
organismos
conocidos como rangeomorfos, que dominaron los océanos de la Tierra
hace medio billón de años. - ALEX LIU
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Científicos de las universidades de Cambridge y Oxford han
descubierto los hilos fosilizados, algunos de hasta cuatro metros, que conectan
organismos conocidos como rangeomorfos, que dominaron los océanos de la Tierra
hace 500 millones de años.
El equipo encontró estas redes de filamentos, que podrían
haber sido utilizadas para nutrición, comunicación o reproducción, en siete
especies en casi 40 yacimientos de fósiles diferentes en Terranova (Canadá),
según publican en la revista 'Current Biology'.
Hacia el final del período Ediacarano, hace entre 571 y 541
millones de años, comenzaron a aparecer las primeras comunidades diversas de
organismos grandes y complejos. Antes de esto, casi toda la vida en la Tierra
había sido de tamaño microscópico.
Los rangeomorfos tipo helecho fueron algunas de las formas
de vida más exitosas durante este período, creciendo hasta dos metros de altura
y colonizando grandes áreas del fondo marino. Los rangeomorfos pueden haber
sido algunos de los primeros animales en existir, aunque sus extrañas anatomías
han desconcertado a los paleontólogos durante años ya que parecían no tener
boca, órganos o medios para moverse. Se suponía que absorbían nutrientes del
agua que los rodeaba.
Dado que los rangeomorfos no podían moverse y se conservan
donde vivían, es posible analizar poblaciones enteras a partir del registro
fósil. Estudios anteriores de rangeomorfos han analizado cómo estos organismos
lograron reproducirse y tener tanto éxito en su tiempo.
"Estos organismos parecen haber sido capaces de
colonizar rápidamente el fondo del mar, y a menudo vemos una especie dominante
en estos lechos fósiles --explica en un comunicado el doctor Alex Liu, del
Departamento de Ciencias de la Tierra de Cambridge, y primer autor del
artículo--. La forma en que esto ocurre ecológicamente ha sido una pregunta
recurrente y estos filamentos pueden explicar cómo pudieron hacerlo".
La mayoría de los filamentos tenían entre dos y 40
centímetros de longitud, aunque algunos tenían hasta cuatro metros. Sin
embargo, dado que son tan delgados, los filamentos solo son visibles en lugares
donde la conservación de fósiles es excepcionalmente buena, lo cual es una de
las razones por las que no se identificaron antes.
Los fósiles para este estudio se encontraron en cinco
yacimientos en el este de Newfoundland, una de las fuentes más ricas del mundo
de fósiles de Ediacarano.
Es posible que los filamentos se usaran como una forma de
reproducción clonal, como las fresas modernas, pero dado que los organismos en
la red eran del mismo tamaño, los filamentos podrían haber tenido otras
funciones. Por ejemplo, proporcionar estabilidad contra fuertes corrientes
oceánicas.
Otra posibilidad es que permitieran a los organismos
compartir nutrientes, una versión prehistórica de la 'red de madera' que se
observa en los árboles de hoy en día. Sin embargo, lo que se sabe es que puede
ser necesario reconsiderar cómo vivían los organismos del Ediacarano.
"Siempre hemos
visto a estos organismos como individuos, pero ahora hemos descubierto que
varios miembros individuales de la misma especie pueden estar unidos por estos
filamentos, como una red social de la vida real”, añade Liu.
"Es posible que ahora necesitemos reevaluar estudios
anteriores sobre cómo interactuaron estos organismos, y particularmente cómo
compitieron por el espacio y los recursos en el fondo del océano --prosigue--.
Lo más inesperado para mí es darme cuenta de que estas cosas están conectadas.
He estado mirando durante más de una década y esto ha sido una verdadera
sorpresa".
"Es increíble el nivel de detalle que se puede
preservar en estos antiguos fondos marinos; algunos de estos filamentos tienen
solo una décima de milímetro de ancho", añade el coautor, el doctor
Frankie Dunn, del Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford.
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