Buscaban carbón, pero dieron con huesos de iguanodonte. Esta
mina belga proporcionó en el siglo XIX los fósiles mejor conservados de ese
género, y sigue albergando más
Uno de los iguanodontes de Benissart expuesto en el Museo de
Ciencias
Naturales de Bruselas. (Paul Hermans / CC BY-SA-3.0)
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Los paleontólogos tienen sus templos y objetos de culto: son
los museos de ciencias naturales y los fósiles que en ellos se exponen. Una de
las reliquias más admiradas es el conjunto de esqueletos completos de
iguanodontes expuesto en el Museo de Ciencias Naturales de Bruselas y hallado
en el siglo XIX en el interior de una mina en Bernissart, Bélgica.
Los iguanodontes son reptiles que vivieron en la actual
Europa occidental y América del Norte hace cientos de millones de años. Los de
Bernissart constituyen la colección de dinosaurios mejor conservados del mundo.
A diferencia de la mayoría de aquellos animales extinguidos –reconstruidos a
base de moldes sintéticos y huesos de plástico–, los iguanodontes de Bernissart
son auténticos huesos fosilizados.
Los fósiles hallados en Tilgate Forest se parecían a los de
la iguana, aunque eran mucho más grandes
Fueron trabajosamente articulados sobre rígidas estructuras
de hierro. En ellos no hay postizos ni resortes, solo capas de barniz que les
otorgan un aspecto oscuro, inquietante e incluso, para muchos, inverosímil.
Pero no hay engaño alguno. Son el testimonio de los primeros estudios sobre la
anatomía y la postura de los dinosaurios que más abundaron en Europa durante el
Cretácico inferior (hace entre 144 y 97 millones de años). ¿Cómo supimos de su
existencia?
En busca de vestigios
Para conocer al primer científico que estudió un iguanodonte
debemos remontarnos a la década de 1820, en el sur de Inglaterra. Allí, el
médico y geólogo Gideon Algernon Mantell buscaba nuevos fósiles. En aquella
época, los geólogos iban al campo a caballo y exploraban los yacimientos
impecablemente vestidos con chistera negra, pañuelo al cuello y chaqueta larga.
Uno de los esqueletos completos de 'Iguanodon
bernissartensis' en la posición
en que se encontró (dibujo de Lavalette de
1883). (Dominio público)
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Las canteras eran uno de los lugares que más fósiles
proporcionaban. En ellas muchos trabajadores pasaban largas horas extrayendo
pesados bloques de roca. Todas las tareas se realizaban a mano, hecho que
facilitaba el hallazgo de huesos fosilizados. Mantell conocía la importancia de
la pedrera de Tilgate Forest, al sur del país. Incluso llegó a pagar cuantiosas
sumas a los picapedreros que le suministraban los mejores ejemplares.
Dientes de iguana
En 1822, Mantell encontró unos extraños dientes con una
forma que desconocía. Durante tres años estuvo visitando varias colecciones
inglesas de anatomía comparada para identificarlos. Un día, en el antiguo Museo
Hunteriano del Colegio Real de Cirujanos de Londres, se fijó en los dientes de
una iguana procedente de las islas Barbados. Los fósiles de Tilgate Forest se
parecían a los de la iguana, aunque eran mucho más grandes. Mantell llegó a la
conclusión de que aquellos dientes habían pertenecido a un reptil extinguido,
que se alimentaba de plantas y con muchas similitudes con una iguana gigante.
En 1825 dio a conocer el resultado de sus investigaciones a
la Royal Society de Londres. Escogió el nombre de Iguanodon, que significa
“diente de iguana”, para denominar científicamente al nuevo género. Nueve años
después encontró partes de un esqueleto de Iguanodon en una cantera de
Maidstone, también al sur de Inglaterra. Dedicó todos sus esfuerzos a
reconstruir la anatomía de aquel reptil, pero no pudo disponer de todas las
piezas necesarias. Ello le llevó a cometer algunos errores, como creer que el
Iguanodon tenía un cuerno encima del hocico.
Los objetos encontrados por los mineros no eran restos
fosilizados de árboles, sino huesos de vertebrados
Mantell fue el primer gran estudioso de los dinosaurios. Su
sueño era encontrar un cráneo completo junto con un esqueleto articulado. Por
desgracia, murió sin saber qué aspecto tenían realmente los iguanodontes.
¿Carbón o restos óseos?
En plena efervescencia industrial, la localidad belga de
Bernissart también fue tierra de mineros. La actividad cotidiana de estos
trabajadores quedaba muy lejos de las labores reservadas a la búsqueda de
restos de dinosaurios. Paradojas de la historia, darían con uno de los restos
fósiles más relevantes para la paleontología.
Taller de montaje del primer esqueleto de iguanodonte de
Bernissart.
De pie, bajo el dinosaurio y con la rodilla doblada, Louis de Pauw
(fotografía de 1882). (Dominio público)
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A principios de 1878 abrieron una galería en el pozo de
extracción Fosse Sainte-Barbe, a 322 m de profundidad, en busca de una veta
rica en carbón. En febrero, el minero Jules Créteur descubrió, a golpe de pico,
unos extraños objetos que él y sus compañeros creyeron “troncos de árboles
rellenos de oro”. Pero aquellos objetos no estaban hechos de oro, sino de
pirita, un mineral de color parecido. Tampoco eran restos fosilizados de
árboles, sino huesos de grandes vertebrados.
No quedaba otra, había que contactar con expertos, así que
algunos de esos huesos se mandaron a Pierre-Joseph van Beneden, anatomista y
profesor de la Universidad de Lovaina, para que los examinara. De forma
paralela, se informó al ingeniero Gustave Arnould, jefe de minas de la
provincia, sobre los ricos depósitos fósiles encontrados en la mina.
Consciente de la trascendencia del hallazgo, Arnould
escribió un telegrama a Edouard Dupont, director del Real Museo Nacional de
Historia Natural de Bélgica, el 12 de abril. Decía así: “Descubrimiento
importante. Osamentas en mina de carbón Bernissart. Se descomponen en pirita.
Envíen Depauw [sic] mañana para llegar estación Mons 8 h de la mañana. Estaré
allí. Urgente. Gustave Arenaut [sic]”.
Intentos y éxitos
En el texto, Arnould mencionaba el acuciante problema que
presentaban los fósiles: una vez que se extraían de la capa de carbón y
quedaban expuestos al aire se transformaban en pirita. Este fenómeno es el que
había confundido a los mineros, haciéndoles creer que habían encontrado el
antiguo jardín del rey Midas (quien, según la leyenda, convertía en oro todo lo
que tocaba).
Las excavaciones se vieron detenidas por un temblor de
tierra que dejó atrapado al equipo en la mina
Dupont pidió al paleontólogo Louis de Pauw que realizara una
corta visita a Bernissart. De Pauw debía desarrollar un método para evitar la
piritización de los fósiles. No iba a ser tarea fácil, porque en ocasiones los
huesos acababan descomponiéndose en un polvo verdoso, como si estuvieran
afectados de una extraña enfermedad.
Intentó frenar la “infección” empleando diversos
tratamientos medicinales. Uno de ellos consistió en aplicar una peligrosa
mezcla de alcohol saturado en arsénico y goma laca. Creía que la goma
endurecería los huesos y el arsénico mataría la enfermedad en una acción
combinada. Hoy sabemos que el supuesto mal de los huesos es un simple proceso
químico que solo depende de la humedad ambiental.
Durante muchos años se dieron capas de sustancias
conservantes sobre los huesos para evitar su descomposición. Esto explica el
brillo y los reflejos de la superficie de los iguanodontes de Bernissart.
Mientras los científicos intentaban resolver el fenómeno de
descomposición de los fósiles, el anatomista Van Beneden completó el estudio de
los ejemplares puestos a su disposición. En mayo anunció solemnemente a los
miembros de la Real Academia Belga que los huesos y dientes recuperados en Bernissart
pertenecían al Iguanodon.
Inicio de las excavaciones
Ilustración que muestra a varios ejemplares de iguanodontes
junto a otros
dinosaurios. (Belov2014 (https://abelov2014.deviantart.com/) / CC
BY-SA-3.0)
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Ese mismo mes, la junta directiva de la mina ofreció los
fósiles al Estado belga. Las excavaciones, que empezaron bajo la dirección de
Louis de Pauw, se prolongaron hasta agosto, y se vieron súbitamente detenidas
por un temblor de tierra que dejó atrapados a De Pauw y su equipo en la mina
durante horas. El lugar se estaba volviendo inestable y peligroso. Tras el
derrumbe, la mina empezó a inundarse, y en octubre se suspendieron todos los
trabajos, porque las galerías se habían sumergido completamente.
Seis meses más tarde, los equipos de bombeo habían logrado
drenar el agua y reabrir la mina. Las excavaciones se alargaron
ininterrumpidamente desde 1879 hasta 1881. En ese intervalo se desenterraron
numerosos esqueletos completos de Iguanodon. Y apareció un nuevo problema. Los
fósiles ocupaban cada vez más espacio. La falta de sitio para almacenarlos
obligó a suspender los trabajos por segunda vez.
Un tesoro bajo tierra
La mina de Bernissart había sido clausurada, pero un país
vecino codiciaba sus riquezas paleontológicas. Alemania ocupó Bélgica durante
la Primera Guerra Mundial. No tardó en encargar al paleontólogo Otto Jaekel el
reinicio de las excavaciones y la obtención del mayor número de ejemplares para
el Museo de Berlín. Se abrió una nueva galería, pero cuando Jaekel estaba a
punto de alcanzar la capa fosilífera, los aliados liberaron Bélgica y cesaron
los trabajos.
Durante los años siguientes, los intentos de reiniciar las
excavaciones fracasaron por falta de apoyo económico. En 1921 hubo que
abandonar la mina y poco después se inundó de nuevo. En 2002, tres sondeos
geotécnicos permitieron recuperar muestras de huesos y dientes de Iguanodon. Se
evidenciaba que siguen allí sepultados más esqueletos de dinosaurio. Quién sabe
cuántos.
Este artículo se publicó en el número 444 de la revista
Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a
redaccionhyv@historiayvida.com.
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