Hace 27 años descubrió en El Chocón el carnívoro más grande del mundo. Aunque retirado de la actividad, Rubén Carolini, mantiene el mismo espíritu aventurero.
En junio de 1993, Steven Spielberg sorprendía al mundo del
espectáculo con este film que fascinaba tanto a chicos y como a grandes.
Devolverle la vida a decenas de especies de dinosaurios era posible en esta
atrapante película de ciencia ficción. Todos los animales que se mostraban eran
realmente fascinantes, pero el villano favorito acaparaba la atención de todos:
el T-Rex, el carnívoro más grande del mundo. Hasta ese momento.
Casi en forma paralela, durante ese invierno, un hombre
desconocido circulaba con precario buggy de color naranja por el desierto de El
Chocón. Era Rubén Carolini, un mecánico que había llegado a esas tierras a
fines de los 60 para trabajar en una de las empresas que construirían la enorme
represa.
Conocido por su pasión por la naturaleza, Carolini recorría
permanentemente la geografía imponente y caprichosa que se recortaba al lado
del enorme embalse artificial. Le fascinaba buscar piedras y restos fósiles que
abundaban en esa zona, aunque él tenía apenas conocimientos de paleontología.
Le apasionaba explorar, filmar el lugar con su cámara VHS que recién había
comprado y documentar el entorno que lo rodeaba.
En una de esas salidas, el 25 de julio de 1993, este
mecánico aventurero notó que del suelo aparecía una roca con forma de bocha. Se
acercó para verla con más detalle y comprobó que se trataba de un hueso; en
realidad era una tibia que parecía enorme. Desenterró un poco más y la midió
con su cinturón: un metro con 10 centímetros. Siguió excavando y descubrió que
detrás de la tibia seguía un fémur. Algo enorme estaba escondido debajo de la
tierra.
Impresionado por el hallazgo, volvió a tapar los huesos con
la tierra para preservar el lugar y regresó a su casa para contarle la novedad
a su esposa y a sus dos hijas.
En aquel momento no supo que esos primeros restos
pertenecían al carnívoro más grande del mundo hallado hasta el momento,
inclusive más grande que el malvado T-Rex, cuya tibia medía 80 centímetros y su
estructura general era dos metros más chica que su pariente encontrado en
tierras neuquinas.
La noticia conmocionó al mundo científico. Una nueva bestia
patagónica se subía al podio de los gigantes prehistóricos. También el nombre
de aquel aventurero comenzaba a aparecer en las páginas de la paleontología. El
animal que encontró sería bautizado con el nombre de “Giganotosaurus
Carolinii”, en honor a su descubridor.
El Chocón, lugar del descubrimiento. |
Pero aunque está retirado de la actividad, la pasión por la paleontología florece en cada palabra cuando recuerda aquel descubrimiento.
- ¿Cómo dio a conocer el descubrimiento?
Un día que vine a Cipolletti me fui hasta el museo donde
estaba Jorge Calvo (paleontólogo) y le conté, pero justo él se iba a hacer un
curso a Estados Unidos, así que me dijo que lo iba a contactar a Leonardo
Salgado (también paleontólogo). A los pocos días vino al Chocón temprano a la
mañana y fuimos al lugar en un Renault 4 S que tenía él. Empezamos a escarbar y
apareció la tibia, después el fémur. Y en un momento dado, Salgado me agarra
del cuello de la camisa, me levanta de golpe y me dice. ¡¿Qué encontraste, hijo
deputa?! (se ríe).
- ¿Y cómo siguió?
Seguimos excavando toda la mañana. Salgado me confirmó algo
que yo sospechaba. El dinosaurio había muerto en un pantano, por el tipo de
suelo del lugar que había preservado los restos. Luego me dijo que había que
armar un equipo, le avisó también a Rodolfo Coria (paleontólogo). Finalmente se
armó un equipo de cuatro personas para desenterrar los restos completos del
giganotosaurus.
- ¿Y cómo trasportaron todos los restos?
En el buggy naranja que yo tenía. Tuvimos que hacer muchos
viajes para traer los bochones con los huesos.
La historia del gran descubrimiento no terminó ahí. Hubo
mucho que estudiar para determinar las características del enorme animal y,
fundamentalmente, confirmar el tamaño para demostrar que se trataba del
carnívoro más grande del mundo. Después se confirmaría que la bestia medía 14
metros de largo, pesaba unas 8 toneladas y tenía una antigüedad aproximada a
los 100 millones de años.
Sin embargo, Carolini reconoce que no hubo un acompañamiento
oficial para este reconocimiento.
El Tiranosaurio Rex y el Buggy de Carolini en el Chocón. |
“En la Argentina no le dieron la importancia que realmente tenía”, asegura. Hoy se tendría que estar hablando de ese dinosaurio, pero no porque yo lo encontré sino porque hasta ahora no ha sido superado por otro de las mismas características. En el mundo siguen diciendo que el más grande es el Tiranousaurus Rex y no es así. El nuestro tiene casi dos metros de diferencia”, subraya con énfasis.
El entusiasta paleontólogo por adopción sostiene que si bien aquel hallazgo no le cambió demasiado la vida, le sirvió para comprender la experiencia de los seres vivos sobre la tierra. “En el mundo estamos solos. Este es el primer pulso de la vida que se fue formando hace millones de años”, asegura.
Reconoce además que en estos tiempos de limitaciones le
encantaría volver a explorar las tierras de El Chocón, lugar donde trabajó y
vivió durante años, para buscar nuevos tesoros prehistóricos que seguramente
están escondidos, aunque sabe que aquellas aventuras fascinantes que
protagonizó cuando era joven ya no podrán ser parte de su agenda. Los problemas
en su columna vertebral, luego de tantas tareas de fuerza que realizó a lo
largo de su vida lo tienen reducido en su movilidad. “Hice muchos trabajos de
bruto”, dice. Y recuerda su pasado de maquinista en las cosechas de trigo y
maní en su Córdoba natal o de mecánico de grandes camiones.
Un operario durante el descubrimiento de las piezas. |
“No sabés las cosas que yo he fabricado en mi vida. Ahora estoy armando un portón pero me tengo que ir agarrando de las paredes porque no puedo caminar”, bromea, aunque en el fondo hay mucho de cierto.
Indudablemente Rubén Carolini es un viejo inquieto y curioso
al que todavía le sobra energía para hacer cosas, más allá de las limitaciones
físicas.
Si fuera por él seguramente hoy andaría explorando
cañadones, subiendo montañas y mirando la geografía con ojos de halcón. Es un
hecho que lo haría con el mismo entusiasmo de hace 27 años cuando aquella tarde
fría de julio, revisando piedras, se tropezó con el dinosaurio carnívoro más
grande del mundo.
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